Llevaré grullas de origami

Crónicas mínimas


Desde que salió de la panza del Enola Gay, tardó solo 44,4 segundos Little Boy en hacer explosión. La detonación, y sus más de 3.000º C, incineraron Hiroshima.

El hongo radiactivo se deshizo a los treinta minutos, pero dejó bicicletas de niños carbonizadas, manchas de cuerpos volatilizados en el pavimento y 80.000 personas muertas en la primera etapa. Estas personas fueron «afortunadas», según expresaron después los afectados por quemaduras y radiaciones: antes de acabar ese año, ya habían fallecido más de 145.000.

Cuando acudí en busca del rastro de Sadako Sasaki no encontré la casa donde nació, ni la calle de sus primeros pasos. Tampoco existía la escuela en la que le enseñaron las primeras letras del hiragana, ni pude visitar el parque donde había jugado con otros niños. Aquella Hiroshima ya no existe, fue borrada por mandato humano.

Sadako dejó de ser una bebé que tenía dos años cuando estalló la bomba, para convertirse en hibakusa debido a la «lluvia negra» que la enfermó de leucemia cuando huía despavorida con su madre el 6 de agosto de 1945.

Al ser ingresada en el hospital de la Cruz Roja, Chizuko Hamamoto, su compañera de cuarto, estudiante de secundaria y dos años mayor, también enferma de cáncer, le contó la leyenda: Si doblas mil grullas de papel, los dioses te concederán un deseo. Ella le enseñó cómo hacerlas, pero Sadako no alcanzó el objetivo y solo dobló 644 antes de su muerte con doce años. Sus compañeras de escuela completaron la cifra y la enterraron con las grullas.

Ahora llegan de todas las partes del mundo a su monumento situado en un rincón del Parque de la Paz, en lo que fue el epicentro de la explosión, junto al río Ōta, que nace en los montes de la prefectura de Chugoku. Al llegar a Hiroshima, como una metáfora del amor, la abraza con siete brazos y la fecunda con seis islas. A este río se arrojaban buscando alivio las personas abrasadas que sobrevivieron a la deflagración, pero ese día, hervía al atravesar la ciudad.

Sadako está en su monumento con los brazos abiertos, sosteniendo una gran grulla metálica. Los escolares japoneses, entre ellos los compañeros de clase de Sadako, colaboraron con su dinero en la construcción y fue inaugurado el 5 de mayo de 1958, en el Día del Niño (Kodomo no Hi). Ese día, Japón se engalana con los koinobori, unas cometas coloridas con formas de pez que inundan las calles. Al ser mecidas por el viento, emulan la fuerza y coraje de las carpas salvajes que nadan río arriba, la fuerza y la salud que se desea a los niños en su futuro.

Las figuras que rodean el monumento representan a los espíritus celestes, que acompañan a Sadako en el paraíso, entre otros niños que también fallecieron a consecuencia de la explosión. En la base, hay una losa negra, sobre la que se ha tallado la siguiente inscripción:

Kore wa bokura no sakebi desu. Kore wa watashitachi no inori desu. Sekai ni heiwa o kizuku tame no. (Este es nuestro llanto, esta es nuestra plegaria para construir paz en el mundo).