Lecturas azarosas

La termita y la palabra

 

Acabo de leer, en una tesis preciosa que sonda el impacto de la cognición (desde Cajal a Jean-Didier Vincent) en la arena de la histología cerebral, que la piel y el cerebro comparten (a nivel celular) origen embrionario.

Dado mi absoluto analfabetismo no puedo siquiera imaginar qué repercusiones tiene que el mago y la paloma compartan placenta genealógica en el vientre del tiempo, pero me entusiasma, cómo negarlo, tamaña truquiñuela del azar.

Lo poético, la tontada es casi delictiva, tiene algo de Zeus (actualizado) enamorando al mundo en el Olimpo humano de la vida. Oculto en el misterio, lanza y lanza sus rayos y a menudo nos pisa. Cuando la horma de su sandalia aplasta la carcasa cotidiana del día, el ser muere en vida desangrado: surge la poesía.

Raras veces pasa: nos protege la narrativa. La epidermis abstracta que protege los órganos, la memoria, la decepción, la alegría.

Todo cuanto media entre el cerebro poético y la piel narrativa, nacieron (según esa tesis) en la tercera semana de gestación.

Me gusta la palabra «gestación», una aguda errática que tarda nueve meses en dar su melodía.

Los paritorios y los diccionarios comparten sin saberlo los gritos naturales de una mujer abstracta abocada en concreto a dar vida a la Vida.

La vida, en ese instante, se torna piel, galaxia; y la madre, cerebro; y el bebé nada sabe, pero es ya poesía.

Poesía en el punto cero. Poesía.

Me divierte, a veces, leer y leer tesis doctorales que me quiten la costumbre de soñar una mía.

Qué extraños somos los seres humanos.

Qué ignorante soy, madre mía.


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