De todo tiene que haber una primera vez.
Eso te lo dicen casi desde el principio.
Y te lo crees.
Y la vocecita del consuelo te lo recuerda,
sobre todo, cuando esa primera vez sale mal, o fatal, o no sale.
Lo que no te advierten desde el principio
es que, de todo, también hay una última vez.
Te enteras luego.
Y mucho más tarde, demasiado,
entiendes que era ésa.
Y un buen día te plantas.
Y la vocecita del consuelo,
–de las primeras veces fallidas,
de las últimas inconscientes–,
estalla en un grito adelantado:
¡Ésta es la última!
A punto de llegar al final,
aprendes que esa decisión
la has tomado demasiado pronto.
Pero… para eso, aún falta.
Fotografía de Susana Blasco.