Encender las cuatro o cinco últimas cerillas, encender los tres últimos poemas, salir a la calle, doblar una esquina y, de pronto, una corriente de aire, más fuerte y fría que otras, apaga las cerillas y los poemas, y todo se vuelve ceniza. Pero es una ceniza encendida, que arde en las manos de quien la toca.
A algunos poetas, a fuerza de maldiciones, les queda la voz cavernosa, como si hubieran pillado un catarro de antología.
(Aviso a navegantes y poetas, y sea dicho con todo el humor y amor del mundo: hay corrientes de aire frío que, aun siendo poéticas, tienen su peligro en primavera y verano, y no digamos si corren en otoño e invierno. Hay gripes, catarros, resfriados y constipados de antología).