Cuando quisimos salir del laberinto,
nos topamos con enmascarados
que señalaban con sus dedos enguantados
hacia el centro de nuestras frentes.
Cuando giramos nuestros cuerpos
para volver a entrar en el dédalo,
descubrimos que nuestros tobillos
estaban enredados en el hilo de Ariadna.
Cuando desatamos nuestros ánimos
de miedos y acusaciones,
nos dimos cuenta de que no éramos
más que personajes de una farsa.
Cuando reímos, notamos las lágrimas
caer hacia el interior de la vida.