La presa

Oscuro, casi negro

 

 

Salí de casa sin muchas ganas de encontrar lo que buscaba. Caminé hasta llegar a la zona noble de la ciudad. Paseaba al acecho en una mañana brumosa en la que el aliento se convertía en vaharadas de humo pulverizado.

La vi salir de su portal: vaqueros ajustados, botas de cuero remachadas y un chaquetón marino con bufanda de colores formando figuras étnicas que le tapaba la boca. Fue el brillo de sus ojos lo que me hizo seguirla, la mirada sesgada que parecía prometer algo. Iba por la acera de enfrente mirándola de soslayo… De vez en cuando la dejaba suelta unos segundos y la recuperaba en la siguiente esquina, le estaba dando una oportunidad.

No la aprovechó. La vi entrar en un bar y sentarse en la barra, se quitó la bufanda y pidió un capuccino, así, con acento italiano. Me senté detrás, en una mesa cara a ella, fijando mi vista en su nuca, disfrutando de la simetría de su cabeza y la delicadeza de su cuello. Llevaba un moño a medio hacer y las hebras de su pelo dibujaban formas encantadoras. Pensé en dejarla, en que siguiera viviendo su vida segura y feliz, pero ¿qué más daba? La siguiente también tendría otra vida segura y feliz.

Soy un tipo de apariencia agradable y transmito confianza, la diferencia de edad ayudaba, podría ser mi hija. Todas estas niñas piensan que pueden ser modelos, les encanta tener fotos profesionales, subirlas a su Facebook, a Instagram. Like, like, like, carita sonriente. No fue difícil convencerla de que era fotógrafo y publicaba en revistas especializadas. Nada de desnudos, retratos de interior, en mi estudio. El perfil falso de FB la convenció.

Esta tarde he quedado con ella; sí, le haré unas fotos antes de narcotizarla y llevarla al almacén del puerto donde la meterán con otras soñadoras en un contenedor con destino a Arabia Saudí. Allí le espera otra vida a la que deseo que se acostumbre. Tengo que quemar todos los books de las fotos de las chicas antes de que pase algo. Pero no puedo, soy un sentimental.

 

Fotografía del autor.


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