La byciclette

Los lunes, día del espectador

Un fotograma de Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica (1948)


En Francia a principios del siglo XX la bicicleta llegó a tener una gran popularidad porque posibilitaba un desplazamiento autónomo y rápido.  El ciclismo se reveló como el deporte del dinamismo. Simone de Beauvoir se confesó atraída por la «sensualidad» de la bicicleta. Además, el movimiento de las piernas corresponde exactamente al de los pistones que Bataille había descrito en L’Anus solaire (1927). En el campo literario, un ensayo de Edmondo De Amicis, La tentazione della bicicletta (1906), decía que ir en bicicleta ya no se llama un paseo con la petite reine (“la reina pequeña”), sino un “acoplamiento con la brujita”. Aunque su principal foco se puso en el coche (“un automóvil que ruge es más bello que la Victoria de Samotracia”, llegó a decir Marinetti), muchos pintores futuristas también admiraron la fuerza expresiva que emana de una bicicleta y su indisoluble y mágica unión con el cuerpo humano.

La bicicleta fue empleada por famosos comediantes como Buster Keaton y Charles Chaplin, como un recurso más en el slapstick, lleno de persecuciones, carreras, tortazos, velocidad, coches y trenes. Pero de todos ellos hay que destacar a Buster Keaton. El film en el que Keaton conducía un velocípedo sin pedales, La ley de la hospitalidad, influyó en una obra de Federico García Lorca, El paseo de Buster Keaton (1925). Es una bicicleta como otras, pero la única empapada de inocencia, dice García Lorca, que insiste en el carácter unidimensional e inocente del objeto de Buster Keaton. El ciclista Buster Keaton, visto así por García Lorca, puede que ejerciera cierta influencia en la escena del ciclista de Un perro andaluz (1929) en la que Pierre Batcheff pasea en bicicleta por las calles de París y, al final de la escena, vuelca y se cae del vehículo sin motivo evidente y se ve la caja misteriosa que porta. 

Pero es Jacques Tati quien convierte definitivamente a la bicicleta en protagonista. Será la perfecta compañera del cartero ciclista ya en 1943 en La escuela de carteros y después en Día de fiesta (1947), primer largometraje de Tati y primera aparición en público de monsieur Hulot, aquí como cartero local de vocación ciclista que va sin parar de un lado a otro obsesionado con entregar a tiempo sus cartas mientras todos celebran un día de fiesta. Su bicicleta no tiene timbre, sino un cencerro. Más adelante, en films posteriores, esta visión tradicional del cartero con bicicleta será un elemento más de caracterización para mostrar el choque entre modernidad y tradición. No es casual que la canción de Yves Montand A bicyclette (1968), un verdadero homenaje nostálgico de 1968 a este velocípedo, que se inicia con violines que van aumentando automáticamente como la frecuencia de pedaleo, tenga como protagonista central a una chica, Paulette. De esta consumada ciclista, hija de un cartero como el Hulot de Tati, se enamoran los cinco amigos que la acompañan en las excursiones en bicicleta por pueblos, prados y bosques.    

La bicicleta como instrumento de trabajo es abordada por Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette) (1949), toda una lección moral de Vittorio De Sica. Ese tema ha sido retomado por La bicicleta de Pekín (2001) del director chino Wang Xiaoshuai, en El baño del Papa (2007) del uruguayo César Charlone y en Bicycleran (1989) del iraní Mohsen Makmalbaf Nassim. Una vuelta al mundo laboral se da con los riders en bicicleta en films poco relevantes que derivan hacia otros derroteros. Pero sobre todo se vuelve a la cuestión social en el interesante film de Pierfrancesco Diliberto Arturo y el algoritmo (2021) (E noi come stronzi rimanemmo a guardare), una comedia a la italiana que traza una visión sobre la influencia de la inteligencia artificial en el trabajo y en la vida de las personas. Un trabajador muy cualificado, tras inventar el algoritmo a aplicar en la empresa, recursos humanos le despide por la aplicación del propio algoritmo. No encuentra empleo al ser de edad avanzada —los algoritmos de la red no aceptan su búsqueda de empleo— y pasa a trabajar como rider, como repartidor con bicicleta para una empresa multinacional, global se diría ahora, “uberizada”.

La bicicleta es el nuevo elemento de movilidad por excelencia de niños, adolescentes y jóvenes en el cine. En Les mistons (1957), de Truffaut, unos golfillos espían a una joven pareja y besan la bicicleta de la chica, Bernardette de la que se han enamorado. En Amarcord (1973), de Fellini, el mironeo de los adolescentes al contacto del sillín con las posaderas voluminosas de las vendedoras del mercado erotiza metonímicamente la bicicleta. En la película de los hermanos Dardenne El niño de la bicicleta (2011) Cyril   escapa en bicicleta de su hogar de acogida donde su padre lo dejó después de prometerle que volvería a buscarlo. El niño de El resplandor (1980), en escenas que se nos quedan grabadas para siempre. va pedaleando con su triciclo por los pasillos y corredores del Hotel Overlook. Un enfoque no muy distinto es La gran aventura de Pee-Wee (1985) de Tim Burton, con un personaje adulto que es como un niño que se desvive prácticamente por su bicicleta roja y emprende una búsqueda urgente tras sufrir el hurto de la misma, viviendo peripecias casi surrealistas. De esa época nos queda la imagen tan repetida del adolescente que reparte los periódicos y los lanza desde la bicicleta al portal de las casas. 

Dejando a un lado los films sobre ciclistas y carreras, la aparición de los jóvenes como generación de los cincuenta y sesenta con presencia propia será ya con motos y coches como en American graffiti (1973) y demostrando su valentía en carreras de coches hacia el abismo en Rebelde sin causa (1955), de Nicholas Ray. La bicicleta cedió el paso en el cine a la vespa, a choques de mods y rockers, al crepuscular chico de la moto, a la novedosa chica motorista, a moteros y moteras en grupos y bandas. 

De ahí que La bicicleta (2006) de Sigfrid Monleón sea un film a la vez nostálgico, que homenajea a Yves Montand, y reivindicativo que intenta confirmar la frase optimista y utópica de H.G. Welles. de que “cada vez que veo a un adulto encima de una bicicleta, recupero la esperanza en el futuro de la especie humana”. De vocación ecologista una misma bicicleta que pasa por diferentes manos sirve para contar tres historias que corresponden a tres etapas en la vida de tres personas. En esta línea en el film Perfect days (2023) de Wim Wenders, Hirayama, su solitario personaje, todavía puede disfrutar de sus paseos en bicicleta. No habían llegado aún las invasiones de grupos de turistas en velocípedos diversos recorriendo a su aire la ciudad. 

La vespa de Nani Moretti de Caro diario (1983), como imagen metafórica y de época,  que permitía pensar en voz alta, reflexionar, viene sustituida por el vacuo sentido del nihilista paseo con patinete eléctrico en El sol del futuro (2022), que contribuye al actual caos de las vías urbanas y de las aceras, en las que compiten peatones, bicicletas, patinetes, patines, de diversos tipos, skates, riders, motos, coches y furgonetas en una lucha sin cuartel por el espacio urbano.