Jossette está delgada, podría decirse escuálida. Luce su figura sin preocupación alguna. Su busto es prudente, sin exuberancias; sus pechos se señalan enhiestos bajo la blusa que los muestra como puñados de nubes.
Viste pantalón ajustado a esas piernas finas que se mecen de uno a otro paso; en otras ocasiones una falda ancha, que no llena, se arremolina sobre sus nalgas marcándole las caderas y los muslos, que se adivinan prietos pero de pocas carnes.
Su mirada es persistente, directa, a los ojos de su interlocutor. Pueden ser risueños, los de esas miradas que ríen, o extremadamente irónicos, que penetran hasta el tuétano. Son unos ojos negros que desafían.
Andará entre los veinticinco y los treinta o entre los veinte y los veinticinco. Calcularle la edad no resulta fácil.
De aspecto hippy luce un pelo liso, corto, negro también que realza un rostro anguloso: labios finos pero carnosos y una sonrisa que descubre unos dientes grandes, teñidos por el tabaco que fuma en cualquier parte. Su aspecto no es europeo. Seguramente es una “pied noir”, probablemente hija de un “harkis” musulmán.
Jossette huye del encierro que ha sufrido en Argel. Preñada es recluida en una “residencia para jóvenes embarazadas”, obligada a la gestación y al parto en contra de su voluntad. Todo bajo un férreo control.
A pesar de todo ama a su hijo como no podría imaginarse. Y se fascina cuando se percata que su hijo ha descubierto a Paco Ibañez. Esa y la música de los Beatles es lo que suena en su casa.
Corren los años 69-70. Vive en Barcelona en una buhardilla del barrio viejo, sola con su hijo, o también con su amante, su compañero “oficial”.
Nunca cuenta cómo llegó aquí. De hecho a nadie le importa.
No se casa con nadie. Partidaria del amor libre, comparte a su compañero y al amante que le apetece al mismo tiempo. Los elige según su conveniencia aunque nunca depende de ninguno. Tampoco nadie sabe, ni se lo pregunta, quién la preñó en Argelia y quién la recluyó.
Ahora anda con un hombre cuarentón, atractivo, burgués, jugador profesional, que alterna con la alta sociedad de la Barcelona opulenta. Juega por cuenta de otro y enseña a las señoras a jugar al bridge. Hoy tiene dinero, mañana no. Viste como un caballero inglés. A ella le gusta porque no hay compromiso alguno. Pueden besarse, meterse mano en cualquier circunstancia, en cualquier espacio que no sea público, aunque tengan delante a unas cuantas almas. Les place provocar envidia.
Jossette puede ser feliz con casi nada. No depende de la abundancia del dinero.
Se gana el sustento haciendo collares y pulseras con abalorios, o velas especiales, o trabaja los cubiertos de alpaca y los convierte en brazaletes. Cucharas y tenedores, tanto da.
En su casa siempre hay comida, pero la justa para su hijo. Y la buhardilla rezuma limpieza, orden y perfume. Disfruta de una terraza cercana a la catedral desde donde divisa azoteas, pináculos, gárgolas… y una construcción anexa en la misma terraza que usa de taller.
Pocos gozan del privilegio de haber sido invitados a su casa.
Sus amigos son de bar, de antro… Pero su compañía es apreciada no solo por hombres sino por mujeres a las que adopta como alumnas y las previene advirtiéndoles que deben ser siempre autosuficientes y preservar su libertad.
Sin proponérselo, sin aspavientos, con una naturalidad que lleva puesta, Jossette es feminista; ¿lo sabe?