Introspección

Pneumas


Su dedo apretaba la carne y acariciaba las sienes,

señalaba los caminos y silenciaba las bocas

cosiendo las palabras.


Sus ojos escrutaban verdades y mentiras,

oteaban porvenires y jugaban con las alternancias

de seducciones y engatusamientos.


Su pecho aspiraba brisas y espiraba turbulencias,

se henchía de aromas secos y palpitaba

con el calor de los pezones encarnados.


Sus labios mojaban los deseos y se abrían

a veranos acariciadores, se arrugaban con mohínes

y temblaban junto a las pieles de otros labios.


Su ombligo coreaba ecos de pasadas fiestas familiares,

globulaba pelusas de camas ajenas

y se frotaba cediendo dulces tibiedades.


Su sexo erizado se hinchaba, provocaba,

olía y secretaba espasmos, abriéndose y cerrándose

a los pulsos anónimos de tierras acres.


Su carne entera sentía la piel y los cabellos como vestiduras extraíbles,

tan suaves que amasaban su cuerpo latente,

expectante a los misteriosos giros del ser.


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