Nadie me conoce. Nadie sabe de qué pasta estoy hecho realmente. Con toda seguridad soy yo el único responsable de ese desconocimiento ajeno hacia mi persona, pues me he dedicado durante toda mi vida a representar diferentes papeles que no corresponden en realidad con lo que pienso ni con lo que hago. Para mis allegados y conocidos fui siempre el amigo o el pariente perfecto; para mi mujer, el esposo fiel; para mis hijos, el padre atento, generoso y comprensivo; para el cura de mi parroquia, el feligrés devoto; para mis vecinos, un hombre solidario y majete; para el alcalde de mi localidad, el ciudadano ejemplar; para Hacienda, la Guardia Civil y los juzgados de Villaberzas de Abajo, una persona que nunca se metió en problemas, que no tiene antecedentes delictivos y que siempre pagó sus impuestos.
Teatro. Todo ha sido siempre puro teatro. Los textos que me publican en La Charca Literaria y en La Ignorancia no los he escrito yo. Los elabora en mi nombre un escritor anónimo, un negro, como dicen ahora, al que extorsiono con denunciarle si no lo hace, pues tengo una grabación de él robando botellas de whisky y donetes en el Mercadona.
La verdad es que soy un ludópata y un putero, un bebedor clandestino y un tipo guarro que vacía el cenicero del coche en las aceras. No reciclo nunca nada, copio las ideas de los demás y las propago por las redes como si fueran mías. Con precaución y disimulo, pongo la zancadilla a las señoras mayores, blanqueo todos los ingresos que recibo de extranjis y no los declaro, pego chicles en las cerraduras, rayo los coches de los vecinos, me cuelo en la cola del supermercado, abono la compra con dinero falso y tengo un testaferro en las Islas Caimán que, previa comisión, asume como propia la autoría de mis inversiones y depósitos.
Nadie en realidad me conoce. Solo yo me conozco. Llevo representando la comedia de mi vida desde que era niño. Fingiendo. Mintiendo a espuertas. Un duro aprendizaje, una manera de sobrevivir en un mundo hipócrita y despiadado. De pequeño, cuando hacía una trastada, ponía cara de bueno o le echaba el muerto a alguno más tonto que yo. Dicen que adaptarse al medio es un síntoma de inteligencia. En mi caso, no lo sé. Tengo dos carreras y un máster con buenas calificaciones, pero ya que estoy sincerándome con los lectores he de confesar que copiaba siempre en los exámenes. Ah, y el máster me lo regalaron en una universidad privada cuando entré a formar parte de aquel partido político de derechas. Yo, que siempre he presumido de ser de izquierdas.