Idealizar lo que quema

Crónica de los días que pasan

Cuántas veces añoramos esos lugares donde una vez fuimos felices, o no tanto. Reaparecen una y otra vez en nuestra mente rodeados de un aura mágica de fuegos artificiales, el inconsciente nos los muestra de colores o con un velo impresionista que nos abduce aún más si cabe. Idealizando lo que en su día no nos pareció tan ideal: aquella playa de la infancia en la que comíamos patatas fritas mezcladas con arena, porque la bolsa se nos cayó encima del castillo que construía otro niño. Aquel parque donde las chicas nos reuníamos con los niños mayores del barrio, perdiendo los zuecos rojos a cada vuelo del columpio que ellos lanzaban cada vez más alto para atemorizarnos, y descalzas corríamos a recuperarlos pisando los aspersores, hundiendo los pies en la tierra mojada. Esa esquina junto al faro de un pueblo de costa donde lloramos a pulmón y nuestras lágrimas se mezclaron con el orvallo incesante; llorar fuera de casa siempre resulta de lo más desalentador. Uno se siente a la deriva, extraño y desprotegido, como un niño abandonado en una playa desierta repleta de guijarros punzantes. No conozco sensación más desazonadora y dolorosa.

La mente juega a engañarnos idealizando el pasado. Crea un trampantojo con el que nos damos de bruces sin escapatoria posible. Sublimando lo que una vez nos quemó para poder continuar viviendo, de lo contrario sucumbiríamos definitivamente a la tristeza crónica y cruzaríamos esa línea tan frágil que separa la realidad de la ensoñación. Instalándonos en el territorio de la angustia y la locura. Una carga demasiado dura de soportar teniendo en cuenta las verdaderas desgracias que acuden sin llamar a la puerta, y no es posible jugar a los disfraces con ellas porque ahí la mente se queda sin recursos. No existe velo ni fuego artificial que pueda maquillarlas. Solamente el tiempo consigue atenuar un poco la detonación que nos alcanza de lleno en medio del silencio. O acaso ni siquiera el tiempo, más bien la coraza que emerge de nosotros mismos como escudo de protección ante lo inevitable.


Más artículos de Viuda Nuria

Ver todos los artículos de