Hablemos de rebajas

Pesca de arrastre


Me encantan las rebajas.

Yo soy de esos que madrugan para estar una hora antes en la puerta de los grandes almacenes cuando empieza la cuesta de enero. Y entro en tromba cuando dan el pistoletazo de salida. Y pongo la zancadilla y doy codazos en la barriga a todo el que se me quiera colar. Y me peleo con todo quisque para hacerme con la bufanda o los calcetines que han bajado de precio ese día.

Llevado esto al terreno de lo personal, yo, como Sabina, conseguí a mi novia también en las rebajas. Venía con descuento, bien de salud y sin cargas familiares. Lo que se dice una ganga. Me salió bien y me duró lo que suele durar un coche o un frigorífico: algo menos de veinte años.

También me compré un gatoperro en las rebajas. No maullaba ni cazaba ratones y se pasaba el día tomando el sol o trayendo palos para que se los tirara.

Entretanto me metí a docente. Mi primera escuela también era de baratillo: un cole privado / concertado en los bajos de un bloque de vecinos. Un pequeño negocio familiar en un barrio del extrarradio de Madrid en donde se cobraba poco a los padres y se explotaba vilmente al profesorado. Las ventanas de las aulas daban unas al patio de vecinos y otras a la calle. Resultaba muy entretenido cuando venía el buen tiempo impartir docencia con ellas abiertas. Los profes y los chicos nos lo pasábamos en grande. Te enterabas de las peleas entre vecinas y del precio de las mercancías de los vendedores callejeros que voceaban: «¡Señora, han llegado los melones! ¡Dos por veinte duros! ¡A cala y a prueba! ¡¡A cala y a prueba!! O bien: ¡Señora: pataaaatas, pataaaatas! ¡A cinco duros el saco!

Todo rebajado y bien barato.

Los amigos que me fui echando a lo largo de mi vida tenían taras físicas o morales: un miope, una coja, un tartaja, un carterista, un toxicómano, una pilingui sin chulo… Amigos de saldo debido a que contaban con algún defecto. Fruta pocha, que diría uno de La Charca (*).

Todo lo que me rodeó siempre fue de rebaja, mediocre, light… de calidad discutible, como los calzoncillos del Primark un ocho de enero.

Por eso me animé a mandar este texto, también mediocre, a La Charca Literaria, para no desentonar con el espíritu general de barateo que caracteriza este mes en todo el territorio nacional.

¡Ah, se me olvidaba! Mi último encuentro con las rebajas fue en una tienda de ropa, cuando me quedé embobado mirando a una moza lozana que comprobaba en un espejo de cuerpo entero lo bien que le quedaban unos vaqueros ajustados. Lo que yo no esperaba era la reacción del acompañante, un tío cachas de gimnasio, con cara de pocos amigos, que no me quitaba ojo y que en dos zancadas llegó hasta mí, me pescó por las solapas y me sacó a la calle; y las dos leches que me llevé, dos por el precio de una.

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(*) https://lacharcaliteraria.com/fruta-pocha/