Genaro viste camisa a cuadros y unos tejanos raídos con los que se siente cómodo. Como cada mañana sale a tomar café y a encontrarse con algunos amigos para conversar un rato.
El cielo se ha puesto pardo. Parece como si la tierra se hubiera subido a la región celeste a través de la línea del horizonte.
Abajo, en la tierra, las briznas de hierba lucen un azul tibio que se deshace en luminiscencia. Los tallos, más oscuros, ofrecen un gris azulado que enternece.
Genaro se pregunta cómo puede ser que el cielo ostente un pardo turbio. Se interroga si es el tono de las hojas que se desprenden en otoño de los árboles del robledal o por el contrario es ese color de la arcilla roja de algunas tierras de su pueblo.
En los parterres del parque busca con atención si hay algún color azul marino o azul eléctrico en las briznas de hierba. No hay flores. Sólo se distinguen algunas con pétalos blancos llenos de luz que refulgen en la hierba azul.
Genaro piensa que el orden de la naturaleza se ha invertido.
Les hace notar a sus amigos el trueque de colores que está acaeciendo. Lo miran con condescendencia y siguen desayunando.
Genaro es amigo de sus amigos y los escucha cuando sueltan una perorata, los sigue si están alterados por algo que les ha pasado y, quizá, por eso no entiende que hoy no le hagan mucho caso.
Insiste en que el cielo es pardo y que los parterres, las plantas y la tierra ostentan un sinfín de azules distintos. Pero no le hacen caso. Simplemente le miran, otra vez, condescendientes. No dicen nada.
Como siempre, va al mercado y compra el abastecimiento necesario para la comida y la cena. Genaro gusta de cocinar algo que le apetezca todos y cada uno de los días.
De camino a casa conversa con los conocidos y les señala lo que ocurre. Algunos le miran indulgentes pero otros entornan los ojos como advirtiéndole que sea prudente. Él no se calla y habla incluso con Herminia, la cotilla del barrio.
¿Qué habrá ocurrido? Se pregunta de nuevo.
Al llegar a casa acude al balcón y constata que el cielo sigue pardo y los árboles del paseo son azules: hojas, tronco, ramas…
Decide que conviene llamar al servicio meteorológico y preguntar si hay algún fenómeno que haya cambiado los colores de cielo y tierra. Tras identificarse, le responden que no hay incidencias. Insiste y le reiteran que no hay incidencias.
Cuando se dispone a comer suena el timbre y un par de energúmenos fornidos enfundados en una chaquetilla y pantalones blancos le sujetan llevándolo a su sofá y le obligan a sentarse. Otro personaje, en bata blanca mal abrochada, le ensarta una aguja en la vena de uno de sus brazos.
Entonces, Genaro sabe que el orden de la naturaleza se ha invertido, que él lo sabe pero que no debería haber hablado.
El orden de las cosas no debe alterarse.