Francisca Jutglar, acomodadora de cine

Vidas ejemplares

 

Francisca Jutglar y Matabosch, hija menor de una familia muy pobre del pueblecito prelitoral de San Ferriol, llegó a Barcelona a la tierna edad de los ocho años. Su padre, Pablo Jutglar, incapaz de dar sustento a un nuevo vástago fruto de su priapismo (tenía ya seis hijos varones), le mandó a vivir con un tío hermano quien, por correspondencia, le contaba sus éxitos empresariales en el negocio de la restauración en la capital provincial. El tío hermano le prometió al padre de Francisca que daría una buena educación a la niña, y que la inscribiría en el colegio de las madres escolapias. Pero la verdad es que nada más recoger a Francisca en la estación del Norte la metió en casa de Mariángeles Ripoll i Martí, hermanastra de la famosa Enriqueta Martí i Ripoll, conocida por la vampira del Raval

Mariángeles Ripoll regentaba una casa de citas en la calle de Poniente (hoy calle de Joaquín Costa, el aragonés regeneracionista) muy cerca de la de su malograda parienta. Francisca aprendió el oficio al estilo catalán, empezando por lo más bajo: fregaba suelos, blanqueaba sábanas, vaciaba orinales y sacaba lustre a los espejos de las estancias destinadas al fornicio. Poco después, a los doce, Francisca empezó a servir cervezas, ratafías y coñacs a las concubinas fijas y a los clientes de más renombre, de modo que empezó a labrarse un futuro y a ser codiciada por los más altos nombres de la sociedad catalana. Blat de la Figa y el abuelo Pacià ofrecieron grandes sumas por su himen, aunque se dice que fue Porras i Sages quien ganó la puja. Pero Josep Pla, en un pie de página de sus Homenots, afirma que la obtuvo el arquitecto Maudí.

Justo en este momento de la historia, el padre de Francisca ganó algo de dinero en una apuesta taurina (acertó en que Manolete moriría en el lance) y con su pequeño capital decidió irse a la ciudad para conocer los progresos de su hija en el mundo de la cultura urbana. Cuando dio con ella montó un gran escándalo, el padre agredió al primo proxeneta y a Mariángeles, hirió a dos clientes de la casa (el uno de la villa de Sarrià, el otro un ganadero riquísimo de Lleida), lesionó a dos guardias y emasculó a un marinero esclavista de Premià que siempre aseguró encontrarse allí por culpa de un lamentable error. Francisca le agradeció a su padre la liberación pero le dio esquinazo en cuanto pudo. El hombre se resignó enseguida y regresó a su villorrio, en donde contó que su hijita estaba prometida con un Grande de España y prohombre de la catalanidad. Sugirió que el prometido de Francisca era un tal Valentín Almirall, ya que vio ese nombre entre la lista de los clientes de Mariángeles mientras fisgoneaba en la casa de la calle de Poniente, antes de arremeter contra la madama y los demás allí congregados.

Tras unos años sin datos ni referencias, nos la encontramos a la edad de los cuarenta en Blanes, la Costa Brava, donde regentaba su propio negocio. Francisca Jutglar supo jugar sus cartas. Poco más tarde trabó una sólida amistad con Mario Cabré, que devino en conflicto, cuando Cabré conoció a la actriz norteamericana Ava Gardner. Se cuenta que Francisca, Ava y Mario tuvieron un encuentro sexual a tres, pero la realidad es muy distinta: hubo un encuentro, es cierto, pero fue del tipo criminal. Ava intentó apuñalar a Francisca, pero la catalana era demasiado experta en los bajos fondos como para dejarse herir por una señorita de Hollywood. Interpuso el cuerpo del torero entre ambas y fue Mario quién terminó herido de gravedad en sus partes, herida que le dejó incapacitado para el amor y para siempre.

Tras el incidente, Francisca sufrió cárcel y embargos. Una vez liberada, se la disputó la incipiente industria española del cine, de modo que no le supuso ningún esfuerzo encontrar una plaza de acomodadora en el cine Occidente. Francisca Jutglar es la primera mujer que ejerció de acomodadora de cine en España y en Europa, y por ello consta en el compendio Mujeres y empoderamiento laboral femenino escrito por Javier Romeo. A la edad de los setenta, Francisca contrajo nupcias por séptima vez con el escritor Romeo, que además de buen historiador del cine era un gran cinéfilo, zoólogo, astrónomo y botánico. A su lado, Francisca descubrió la ciencia natural y por fin se reencontró con el puñal que la quiso herir, sin éxito, tres décadas atrás: Romeo le asestó cuatro cuchilladas mortales en cuanto descubrió su tórrido romance con Robert Redford y su más que probable ménage à trois con el anterior y con Paul Newman. El crítico de cine Jaume Figuerolas afirma que fue à quatre, ya que Marlon Brando participó activamente en el encuentro.