Cecilia Tornabous i Madí, virgen y momia

Vidas ejemplares


Cuando era niña, Cecilia se enamoró del cementerio de San Ferriol d’Entremón, el pueblo adonde sus padres la llevaron de vacaciones en un verano disuelto en la neblina de la memoria. Cecilia recuerda la visión del pequeño camposanto. Era tan coquetona la necrópolis rural que ella, dando graciosos saltitos por entre las tumbas, exclamó: ¡Qué ganas de morirme me entran!

Cecilia se imaginó difunta, bajo la buena sombra de una lápida (vestidito blanco, dulces trencitas con lazos azul virginal, una cruz de plata entre las manos) y arriba, bajo el sol cruel, florecillas silvestres, musgo verde esmeralda, canto de jilgueros, revolotear de alegres mariposas y mariquitas, y lloriqueos de adultos hipócritas.

Sin embargo, la naturaleza le dispuso a Cecilia una salud férrea. Enviudó tres veces sin descendencia, ya que una vez adulta, viendo que no podría ser la niña muerta que soñó, decidió que no le daría esa oportunidad a otra, y mucho menos a una que hubiese sido parida con su dolor.

Cecilia no tuvo oficio alguno. Solo fue diputada regional, por cuatro años, mientras estuvo casada con el director general de obras públicas (o de obras púbicas, tal como ella decía en la intimidad). Sin embargo, acumulaba un gran patrimonio en bancos nacionales y extranjeros cuando fue hallada muerta en el Hotel Esplèndid de San Ferriol.

—Esto huele a chamusquina —determinó el subinspector Alegre cuando penetró en la habitación 203 del Esplèndid y contempló el cuerpo. Mientras se acariciaba la perilla bellamente engominada comprendió que se hallaba ante el caso más escalofriante de su carrera detectivesca.

El subinspector Alegre poco sabía de momificación, pero había visto La momia de Karl Freund en el cine Doré y enseguida comprendió que el cuerpo de la señora estaba embalsamado por una mano experta. Gracias a las pruebas periciales que encargó supo que no había rastro de la participación de ninguna otra persona en el acto momificatorio, de modo que solo cabía formular una hipótesis: la automomificación.

El informe final cuenta el caso más sorprendente de muerte reportado en España: la víctima fue también la culpable, ya que murió cuando se momificaba a sí misma. «¡Cuánta soledad alberga quien decide ser momia y debe proceder a la automomificación!», escribe el subinspector Alegre, compungido, en su informe. Y añade: «Cecilia murió inmaculada, como Nuestra Señora».

Algunos años más tarde, el historiador local Jeremías Balcells intentó echar luz sobre el suceso y propuso una solución en su librito Feyts i rasseñas de San Farriol dels Entramóns: «La señora Sasilia Tornabous volia ser entarrada an el sementiri local i lo va lugrar pal matudulogic sistema de l’embalsamament a la manera agípsia».

El subinspector Alegre tampoco leía los libelos del historiador local, de modo que había propuesto otra línea de investigación, e indagado en la vida de Cecilia. Llegó a la conclusión de que Cecilia se había preparado en el arte del embalsamamiento en los cuerpos de las jóvenes Martina Despuig, Laura Borrós, Meritxell Bafomet, Gabriela Ana, Eulàlia Menguant i Mireia Roya. Todas ellas prepúberes de la misma comarca, desaparecidas según el registro.

Alegre presentó sus conclusiones ante el fiscal de la corte, y poco después fue hallado muerto, colgado de la rama de un cerezo en los aledaños de San Ferriol.

El autor de estas líneas es incapaz de decidir si la vida ejemplar reportada en el relato es la de Cecilia o la del subinspector Alegre, de modo que les cedo a los amables lectores la solución del dilema.