Finitud

Crónica de los días que pasan

 

El día es gris, anuncia lluvia y tempestad. Sin embargo el invierno aún tardará en llegar con su caravana de regalos húmedos, blancos y transparentes, con sus bloques de hielo virgen que harán felices a los hombres que no conocen la nieve. 

En las playas ya despejadas de turistas incómodos, la marea vuelca sus aguas cristalinas y verdes, es un verdor de césped recién brotado, no de naufragios y herrumbre. Un niño juega desnudo, en la orilla, a esquivar las olas como en un cuadro de Sorolla. Sonríe y respira, está en la plenitud de su vida y no lo sabe. Mientras tanto va transcurriendo el día hasta recibir la tarde en una cadencia de colores difusos. Una cometa, ancianos parlanchines, el olor de la retama que el monte desprende tan cerca de las rocas. 

Te recuerdo bebiendo refrescos de cola helados en veranos ya muy lejanos. Un golpe de nostalgia en la terraza aquella, en la que íbamos naufragando año tras año sin darnos cuenta. Tus dientes importantes. La tarde en que soñamos con volver y las sombrillas volteadas por el viento. Raudales de promesas no cumplidas. Yo persisto a pie de arena. Soy centinela y pantalán que avista ya los próximos estíos. Imagino y deseo que quizás para entonces no nos hayamos olvidado de volar. Quién sabe…


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