Éxitos inesperados y fracasos previsibles

A la luz de las estrellas

En principio este trabajo debía estar en la línea del conocido ¿Qué fue de…?, con la salvedad de que no trataría los típicos casos de actrices olvidadas por retiro o inanición artística, sino de aquellas que a partir de protagonizar películas que se convirtieron en grandes éxitos, marcando un punto de inflexión en sus carreras, continúan en activo varias décadas después, aunque sea en otro nivel profesional. Pero en esa intención inicial se interpuso la cuestión del éxito imprevisto de algunas películas —fuera de lo normal por su gran magnitud— y, por añadidura, su antítesis: el fracaso estrepitoso de aquellas a las que se auguraban audiencias fabulosas. Como jamás he considerado que las comparaciones sean odiosas sino necesarias —si son oportunas y sirven para ayudar a comprender y no para fastidiar— pues he comparado una película de 1990 con otra de 1934.

En la década de los noventa las películas Ghost (1990), Pretty woman (1990), Cuatro bodas y un funeral (1994) y El paciente inglés (1996) consiguieron un éxito comercial que superó las previsiones de sus productoras. Tres comedias, más o menos dramáticas, y un melodrama. Pasados los años, siguen contando con infinidad de espectadores, nuevos unos y antiguos otros, que las han visto en las numerosas ocasiones que se han repuesto en televisión, con elevados índices de audiencia, especialmente Pretty woman. Hay cifras que lo dicen todo: Pretty woman tuvo un presupuesto de catorce millones de dólares y recaudó cuatrocientos sesenta y tres. Waterwold, doscientos treinta y cinco millones gastados y no consta lo que recuperaron y si con los años consiguieron beneficios.

El éxito de estas cuatro películas supuso un cambio significativo en la carrera de Demi Moore, Julia Roberts, Kristin Scott Thomas y Andie MacDowell, que es precisamente en lo que debía centrarse este trabajo.

A veces, y es algo que ha sucedido hasta en la época de los Grandes Estudios, las productoras o algunos de sus máximos responsables no evalúan adecuadamente los medios materiales y humanos de que disponen, bien porque no adviertan su verdadero potencial o porque lo sobrevaloran. Retrocedamos hasta 1934 con el caso de Clark Gable en MGM, poco valorado por la productora, que lo prestaba a otros estudios porque no sabían exactamente qué hacer con él, a pesar de gozar de un amplio favor del público. El éxito espectacular de Sucedió una noche, dirigida por Frank Capra para Columbia en 1934, ganando cinco premios Oscar, incluido el de mejor actor para Gable, les hizo darse cuenta del error que estaban cometiendo con su gallina de los huevos de oro tratándolo como si fuera un pollo de tercera. Lo curioso del caso es que ni Claudette Colbert ni Clark Gable fueron la primera opción de Frank Capra. A Colbert, que tenía una pésima opinión de Capra por un rodaje anterior, hubo que doblarle el sueldo y asegurarle que el rodaje estaría terminado en cuatro semanas para que pudiera irse de vacaciones. A Gable, que se sabía desterrado a Columbia como represalia por haber rechazado un papel, la película tampoco le gustaba, pero no era un actor particularmente conflictivo y aceptó aquel mal menor.

En la elección de los protagonistas de Pretty woman, ninguno de ellos fue la primera opción de Touchstone Pictures & Silver Screen Partners. Como protagonista masculino pensaron en Christopher Reeves, luego en Al Pacino, Daniel Day-Lewis, Denzel Washington y hasta Silvester Stallone. Fueron descartados por diversas causas, a veces ajenas al deseo de la productora. Finalmente recayó en Richard Gere, a pesar de la opinión en contra del director, Garry Marshall.

Respecto a la protagonista femenina, la falta de visión de los responsables todavía fue más flagrante porque Julia Roberts ya formaba parte del reparto inicial, aunque en un papel secundario. Tras la renuncia de Molly Ringuald y Rebecca Schaeffer, que fueron las últimas actrices que rechazaron el papel, se decidieron por Roberts, que acabaría siendo la máxima responsable del extraordinario éxito de la película.

Los grandes estudios de la época dorada de Hollywood trabajaban simultáneamente con varias películas y decenas de intérpretes cada mes, con lo cual no era raro que en más de una ocasión los árboles les impidieran ver el bosque. Pero en el caso de Touchstone & Silver —una especie de filial de Walt Disney Studios y un fondo de inversión ligado a Disney— solían hacer una o dos películas… al año.

En Pretty Woman, ¿puede alguien imaginar a otros protagonistas en lugar de Julia Roberts y Richard Gere? Roberts se convirtió en una estrella y Gere recuperó popularidad, entonces de baja. Por otra parte, varios intérpretes, como Jason Alexander, Laura San Giacomo y especialmente Héctor Elizondo pasaron a un nivel superior de cotización y popularidad. Fue la última película de un excelente actor de larga trayectoria en cine, teatro y televisión, Ralph Bellamy, que falleció unos meses después. En cuanto a las actrices que rechazaron el papel, más de una es posible que lo lamentara, pero si fueron realistas debieron reconocer que no poseían ese no sé qué, inimitable, de Julia Roberts que deslumbró a millones de personas.

En el extremo opuesto de las previsiones se encuentran las películas que terminan siendo un desastre cuando estaba previsto batir récords de taquilla. Suelen ser aquellas que se hacen a la mayor gloria de un actor o una actriz pero que terminan siendo un descalabro económico para la productora y son el preludio del fin de la carrera —a nivel de estrella— de su protagonista. ¿Qué ocurre para que no se cumplan las previsiones?

Es fácil: la mayor parte del posible público no pica en el anzuelo, se inhibe y los ingresos no solo quedan muy lejos de los previstos, sino que incluso no cubren los gastos.

Posiblemente, hubo indicios de que las cosas no eran como suponían sus responsables, pero no supieron advertirlos o, si alguien sí lo sospechó tener en cuenta su opinión. Un fracaso anunciado por la imprevisión o la incapacidad de los responsables para valorar adecuadamente lo que se tiene, sea por la sobrevaloración de una estrella que ya no es lo que era o porque cuando se advierte tarde su endeblez, porque está perdiendo buena parte de sus seguidores, se considera que una hábil campaña publicitaria permitirá recuperar a los fans en fuga. Un caso claro de sobrevaloración de los responsables de su propia capacidad. La soberbia de esos vanidosos ejecutivos les impide comprender o admitir —si hay voluntariedad en el engaño— que los espectadores podemos ser ingenuos, intencionadamente ingenuos incluso, pero no somos imbéciles y una publicidad engañosa y abusiva (sesenta y cinco millones gastados en Waterwold) no va a conseguir que veamos una liebre en donde se nos ofrece un escuálido gato… aunque sea encantador.

¿Por qué personas tan competentes y con un nivel notable de inteligencia y capacidad de gestión no son capaces de advertir un potencial oculto o la carencia de él? Quizás porque son ejecutivos-financieros, pero no ejecutivos-cineastas. Carecen de ese sentido cinematográfico en el que se entremezclan en diversa proporción lo artístico, lo comercial, la intuición y la propia capacidad para ponerse en el lugar de los espectadores, cualquiera que sea su edad, su sexo o sus gustos.

Volviendo al apartado de las actrices y pasado el éxito deslumbrante que las llevó a un nivel profesional muy superior, ¿qué fue de ellas? ¿Cómo se desarrollaron las carreras de Moore, MacDowell, Roberts y Scott-Thomas?

Cuando el éxito es particularmente relevante, la vida personal interfiere en la profesional, a veces muy a pesar suyo. De la mano de unos medios informativos voraces pasa a ser de dominio público; con informaciones a veces contradictorias o de dudosa veracidad pero que tienen esperando a una infinidad de amantes de los cotilleos o de mera curiosidad por saber más de unas personas a las que admiran. Mantener un equilibrio entre ambas facetas no es fácil porque los medios de información más voraces no están dispuestos a soltar unas presas que aumentan las tiradas o los índices de audiencia. El caso de Moore es elocuente y el de Roberts, también, aunque en menor medida. En los de Scott-Thomas y MacDowell, de menor repercusión porque el éxito no las convirtió en grandes estrellas y, quizás, tampoco permitieron que la vida personal se viera afectada por el éxito profesional. Sin embargo, la explicación puede ser de lo más natural para explicar en buena medida los altibajos profesionales: la maternidad, tres hijos en cada caso, influyó en buena medida. Que es, ni más ni menos, lo que le pasa a cualquier madre trabajadora por cuenta ajena.

Demi Moore, tras varias películas interesantes fue decayendo hasta entrar en un declive artístico que le llevó a ser premiada como peor actriz, injusto probablemente, pero sus circunstancias personales ayudaron bastante a que el favor del público decreciera.

Julia Roberts mantuvo una carrera más acorde con su nueva consideración de estrella, pero con altibajos, interviniendo a partir del dos mil en películas corales, con repartos multiestelares, o de apoyo al protagonista masculino. En algunas, incluso, intentando repetir su aspecto prettywoman, que no ya no eran adecuados.

Kristin Scott Thomas ha tenido una trayectoria estable, de continuo trabajo, con títulos interesantes. A tono con su capacidad para alternar cualquier tipo de personajes, sean de comedia o de drama y con aspectos físicos muy diversos.

Andie Mac Dowell, ha ido adecuando su carrera a la edad real y a sus circunstancias, sin dejar de lado sus orígenes como modelo. Cine y televisión se han ido alternando, en proyectos de diversa entidad.