Mientras estoy aquí, sentado, una noche tranquila de verano, repentinamente, desde la carretera distante, se oyen la rutina y las prisas de un coche eléctrico. Y, desde aún más lejos, la bocanada de un motor, bruscamente seguida por las maniobras de salida de un tren de carga.
Estos son los sonidos que hacen los hombres. Su negocio a lo largo de toda una vida. Ellos siempre hacen este tipo de cosas; años después de mi muerte ya no podré escucharlos. Sentado aquí, pienso en mi muerte. ¿Qué va a ser de usted entonces?
Usted va a ver mi silla, con su brillante cubierta de cretona, en pie bajo el sol de la tarde, como ahora. Va a ver mi mesa en la que he escrito durante tantas horas. Mis gatos ronronearán en su mano aferrándose a usted con ojos perplejos. La vieja casa todavía estará aquí; la vieja casa que me ha conocido desde niño. Las paredes que me han visto mientras jugaba: soldados, canicas, muñecas de papel, los libros protectores. La puerta principal mirará hacia abajo entre los viejos árboles donde tantas veces he atrapado silencios y cazado fantasmas. La amplia extensión de grava donde hice rodar mi bicicleta y los rododendros donde descubrí las mariposas.
La vieja casa cuidará de usted como yo lo he hecho. Sus paredes y habitaciones le sostendrán, y yo susurraré mis pensamientos y fantasías, como siempre, desde alguna página de mis libros. Se sentará aquí, alguna noche tranquila de verano, a escuchar los ruidosos trenes. Pero no estará solo, porque estas cosas son parte de mí. Y mi amor va a seguir hablándole a usted a través de las sillas y las mesas, y las imágenes, como lo hace ahora a través de mi voz y el repiqueteo rápido y necesario de mi mano.
(Imagen de Ekaterina Panikanova)