Esperanza

Solo, por favor

 

De no ser por el mensaje del papelito, me habría olvidado de comprarte las bragas que tanto me gustan. Sí, ya sé que prefieres tanga con bordaditos porque te realza el culo, y que, a fin de cuentas, acabamos despojándonos de todo trozo de tela que media entre nosotros. Sabes que no es manía, sino la oportunidad de experimentar ese momento Stendhal mientras te desnudas y te paseas conjuntada con el papel de las paredes. Bueno, a ti te gusta la línea descendente de mi músculo oblicuo y no te molesta mirarme mientras me dices: “Así, quédate ahí, en equilibrio inestable”, expresión que jamás he entendido. Porque, además, te empeñas en moverme como si fuera un maniquí y no pocas veces doy con mis huesos en el suelo. Si bien es verdad que enseguida me compensas abalanzándote sobre mi lastimado lomo, mientras logras deslizar la punta de un pie por mi culo para zafarte de mis insulsos calzoncillos. No siempre, es cierto, aunque coincidirás conmigo en que así no hay manera de leer antes de dormir. Claro que no todas las noches, pero te recuerdo que llevo apenas cincuenta páginas de Los detectives salvajes y me enroco en ese pasaje en que comparan el pene con un cuchillo (o lo miden, yo qué sé). Libro que me recomendaste vivamente, dicho sea de paso: “Ya verás cómo te engancha. Es trepidante y la sucesión de personajes te hará viajar a cada época, lugar y conciencia. Es la leche”. No, precisamente no me destripaste el libro. Cosa que te agradezco, fuera de coña, eh. Lo que me recuerda que tengo que pasarme por la librería, que ya tienen La noche fenomenal, de Pérez Andújar; para regalárselo a Laura, ¿te acuerdas?, sí, que estaba agotada la tercera edición. Lo que no sé es si podré acercarme en un huequecito esta tarde, porque la jefa está que trina con el cierre del mes. Un punto menos del objetivo. Que digo yo que tampoco se hunde la empresa, que el mes que viene lo recuperamos en el acumulado. Según comento esto, visualizo la gráfica; no está nada mal. Querida, una vida llena de formas: tus bragas de estampado victoriano y los gayumbos que insinúan mi curva praxiteliana.

Sobre el final del mundo, no te preocupes; está todo controlado: tu madre puede quedarse en casa toda la semana, la pena es que coincida con nuestras vacaciones a Madeira. Bueno, al menos podremos verla un día antes de irnos. Estaría bien que nos acompañara. De haberlo sabido antes, habría buscado un destino para el que no hubiera que volar en avión. Olvidé ese pequeño detalle, espero que no me lo tenga en cuenta. Siempre podemos organizar una escapada a Segovia, ¡con lo que le gusta el cochinillo! Porque puede tomarlo a pesar del ácido úrico, ¿no? A Enrique, el de Trade, ¿sabes?, le dijeron que el queso ni tocarlo, y menuda ruta gastronómica se pegó el verano pasado por el Loira. Sé que lo suyo era el colesterol, pero, como dijo: “Al obeso, queso”. Vamos, que una vez al año no hace daño. Y no, no me he olvidado de las trufas. A ver, trufas; los bombones de Délicieux chocolat que te vuelven loca. No te importará que lo comprara esta mañana; los tengo en la nevera de la zona común. Están debidamente envueltos y con su correspondiente lacito, no te preocupes por los ratones. Aquella vez —porque solo fue una vez— coincidió con la visita del comité evaluador; Pedro, que es un pelota, es verdad, no podía saber que no eran el postre del improvisado aperitivo. Además, ya sabes cómo son por aquí con la imagen: que si tantas kilocalorías, que si ácidos grasos saturados… Solo se comieron dos. No fue para tanto. Recuerda que te lo compensé. Vale, fue en carne, pero no me negarás que estaban bárbaras las chuletillas que nos apretamos en la cena. ¿Te das cuenta de cuánto placer?

Una cosa más: últimamente siento que no conectamos. Es como si hablara con un contestador automático. Sé que no es culpa tuya, que tú no golpeaste al ladrón con intención de matarlo y que, al no morir, él te endiñó veinte puñaladas. Han pasado dos semanas de tu funeral y algo me dice que no volverás. En fin, yo te espero.