Es duro, pero tiene corazón. No hay quien lo entienda.

Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine

El protagonista de la película va de la casa de una familia de acogida a la de otra familia que lo acoge a continuación. Es nervioso, solitario, algo gamberro, salvaje y pendenciero. Capaz de actos de la máxima crueldad (y si no, que se lo digan al gato negro de su hermana de adopción) junto a otros actos enternecedores, como el regalo de ese pañuelo al despedirse de la madre que no ha podido aguantarlo y le devuelve a la institución que se lo había encomendado. Es François, el “niño difícil” de L’enfance nue (Maurice Pialat, 1968). Cuando ves que el pañuelo que ha comprado con su dinero se lo entrega a ella, se te empiezan a humedecer los ojos.

Maurice Pialat lo muestra todo de la forma más sobria posible, sin refocilarse nunca, sin mantener el plano, por ejemplo, en los detalles más melodramáticos. Simplemente su cámara está ahí, y registra a los personajes (esos maravillosos actores no profesionales, que vete a saber de dónde sacó) con discreción.

Más adelante, François va a caer temporalmente con una pareja encantadora, ya de edad, que vive con la madre de ella (un personaje extraordinario) y que tiene acogidos a otro niño mayor bastante raro y a una niña más pequeña. Tras ese impagable banquete de boda familiar con canciones y bailes de todo el vecindario llega otra gamberrada, ésta de grueso calibre. La pareja de ancianos explica al responsable de la Asociación: “Y en cambio tiene buen corazón. Mira cómo lloró cuando murió la abuela. Echo en falta a mi madre vieja, decía llorando después, ¿te acuerdas? Rompía el corazón oírle cosas como esa. Él es duro, pero tiene corazón. No hay quien lo entienda.”

Cada vez que veo la película me gusta y emociona más.