Enamorarse

La vida y nada más

Cuando František Navrátil lo cogió en sus manos y comprobó que el recién nacido era varón, dio un profundo suspiro de alivio. Después de tantos intentos y cuatro hijas, tenía por fin un heredero. Porque Ambrož , que así le llamaron, estaba destinado a convertirse en el sucesor al mando de la fábrica de toneles que había fundado el bisabuelo Jaroslav y que, dos generaciones después, él, František, había convertido en la primera manufactura del sector a nivel nacional.

Y con la categoría que fue adquiriendo la fábrica de toneles llegó el ascenso social. František, el bisnieto, nieto e hijo de toneleros, comenzó a codearse con las altas esferas de Praga. Mientras, la vida en la casa de los Navrátil discurría de manera apacible, con los juegos del pequeño Ambrož convertido en el centro de atención de sus hermanas, quienes además le hacían partícipe de sus juegos.

Pero tanta consideración hacia el pequeño de la familia fue transformando su carácter de modo que, llegado a la edad de la adolescencia, comenzó a experimentar sensaciones entrecruzadas que empezaron a preocupar a sus progenitores, ya que su padre temió que las particularidades de su hijo pudiesen generar habladurías que perjudicaran su prestigio social.

Y un día Ambrož conoció a Slavěna, la hija pequeña de un conocido viticultor de Moravia y la única niña entre cinco hermanos. Una aureola de misterio gravita sobre su biografía, debido en parte a la discreción de la que hicieron gala, conociéndose apenas detalle alguno sobre su apasionada historia de amor, salvo que supuso un alivio para František, quien, a pesar de sus reticencias iniciales, acabó comprendiendo que Slavěna era la única persona que podía encajar con su hijo, como el viticultor de Moravia, que también tuvo sus dudas, pensó que Ambrož era el chico idóneo para su hija.


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