El valle de los suspiros

Nadie me conoce


L’amor che move il sole e l’altre stelle

Este es el último verso de la Divina Comedia. Dante dejó a Beatrice en el Paraíso convencido de que el amor mueve astros, estrellas y todos estos cuerpos que están por allá arriba.

Aquí, en este valle de suspiros, encontramos otros motores también eficaces: la ambición, la vanidad e altre forme di fuoco. Son otros fuegos que suministran energía a la gran máquina del mundo.

Los engranajes de la máquina se van desgastando y la energía se consume poco a poco. Unos ven cómo su ambición va menguando y otros contemplan cómo su vanidad va encajando los golpes que le propina el principio de realidad.

La vanidad mueve a poetastros, a artistas de la provocación, a lechuguinos que se miran al espejo y a influencers que se miran en la pantalla. Su engreimiento beneficia a editoriales, fabricantes de ropa, compañías de telefonía y laboratorios de galletitas para adelgazar. Y Beatrice desde el aburrimiento del Paraíso contempla cómo se divierten todos ellos mientras se desconocen los unos a los otros.

Cuando la ambición y la vanidad se desgastan y van cediendo el paso al anonimato, los artistas de la palabra, del pincel o de la pantalla se hacen más desconocidos todavía y sus corazones se llenan de melancolía. Ya no hay adulación ni likes. «No me conoce nadie», se repiten ante el espejo. Cuando se meneaban por el valle de los suspiros, nadie los conocía. Había demasiados engreídos para conocerlos a todos. Cuando el meneo mengua, el desconocimiento se convierte en olvido.