El Sr. Tal

Retales

Alto, guapo, elegante y, además, listo. Inteligente.

Pero quizá lo que llama más la atención son sus manos. Dedos rectos, ni muy gruesos ni delgados, uñas bien recortadas y, por debajo de la parte que no está ya encarnada, de un blanco limpio. En las falanges primeras, sobre todo las de los dos anulares, un puñado pequeño de pelos oscuros bien dispuestos que destacan suavemente la masculinidad de los mismos. La piel suave y bañada de sol, sin exageración alguna.

Incipientes entradas en la frente, pelo limpio peinado suelto, ni largo ni corto, al estilo que se lleva; la mirada atenta, parece que emane sinceridad.

Imposible un individuo así. Demasiado perfecto.

Lleva puesto solo lo que le apetece mostrar o lo que quiere mostrar; el vestuario impecable, el establecido, sin más.

En verdad es de aquellos que ha gozado de buena educación en el colegio alemán, carrera de ciencias que, aunque no termina porque su padre los deja plantados, le sirve de mucho; de facto la tiene casi terminada.

En la postguerra monta, en la parte trasera de la casa, la que da al patio, un laboratorio clandestino donde fabrica sacarina. Gana lo que le da la gana. El estraperlo funciona. Acaba desmantelándolo por miedo a que se descubra; en esa época cualquier vecino para congraciarse con el alcalde de barrio podía hacer cualquier cosa.

Dicen que es mujeriego y que, como habla tan bien el alemán, hay quien se apresura a contar historias sobre él. Váyase a saber si no son ciertas; tiene en Barcelona muchos amigos alemanes. 

Se coloca en un laboratorio farmacéutico de renombre, empieza barriendo y acaba de jefe de plaza.

Le llaman Sr. Tal, nunca por su nombre de pila. Le respetan.

Le gusta jugar al ajedrez. Es socio de un club donde se organizan campeonatos en los que siempre participa. Es bueno jugando, sabe calcular muy bien; algunas veces acaba en tablas, pero a menudo se le oye decir: Jaque y mate.

No perdona el ejercicio físico. Se adivina que la educación en el colegio alemán le inculcó este hábito. Juega al frontón, a mano o con paleta. En la sociedad a la que pertenece también tienen gimnasio en el cual pasa el tiempo que considera oportuno. 

Figura esbelta; baila muy bien el tango. Dispone de un tocadiscos de esos de mueble donde se oye la música que tanto le gusta. Toma café; se sienta en las butacas que parecen forradas de césped verde y, si tiene con quien, baila; de maravilla lo hace.

De hecho, es muy serio pero un buen visitador médico. Tiene un montón de amigos médicos a los que acude si alguien de la familia lo necesita. Eso sí, él manda. Entonces se muestra amable, cariñoso. Al que visitan lo tendrán sujeto al criterio médico y él lo controlará.

Algunos lo quieren mucho, otros le temen, y muchos respetan al Sr. Tal.

Pero un día lo encuentran tendido en el suelo dándose cabezazos contra el suelo. El olor a almendras amargas lo delata. El montoncillo en el mármol de la cocina, y también el grifo de la cocina manando. A quien le sujeta la cabeza para que no se la abra le quedan las manos laceradas, quemadas.

Lo ha dejado todo a punto, las cuentas bancarias… y una nota breve de su puño y letra: cianuro potásico.

Se fue, decidió irse. ¿Qué le faltaba? 


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