Imagen 1:
De pie sobre el césped del jardín de su chalet, Cayetano —polo rosa y pantalones blancos de pinzas— mira en dirección a Borja —ataviado con el equipamiento habitual para jugar al tenis— que, sentado junto al velador de hierro forjado pintado de blanco, le devuelve la cordial sonrisa. A su lado, ocupando otro asiento del mismo material, su esposa Cuqui —elegante conjunto de chaqueta y falda en color crudo— ríe con evidente alborozo y, en una tercera silla, Alexandra —vestido negro de escote atrevido adornado con un broche de oro macizo— levanta una copa en un feliz brindis ofrecido a su marido, la mano libre en un gesto invitándole a que se reúna con ellos en torno a la mesa.
Imagen 2:
De pie sobre el cesped del jardín de su chalet, Cayetano sonríe anticipando la cara que pondrá el mamarracho de Borja cuando descubra su nuevo Ferrari. Este, sentado junto al velador de hierro forjado pintado de blanco, contempla con regocijo cómo le han crecido sin freno la calva y la barriga a su anfitrión. A su lado, ocupando otro asiento del mismo material, su esposa Cuqui no puede evitar una carcajada al recordar el monumental polvo que echó anoche con el marido de la mujer que se sienta a su lado y, en una tercera silla, Alexandra levanta una copa en un feliz brindis por la pasta que va a sacarle a su cónyuge tras su planeado divorcio, la mano libre en un gesto invitándole a que se reúna con ellos en torno a la mesa: mejor que esté sentado cuando reciba la noticia.