La Mariposa de las Tumbas está loca por conseguir información y materiales sobre su objeto de estudio, la Llorona mexicana. Ahora delira ante un cuadro que muestra el busto de un bello caballero rubio de armadura negra, cuyo pie de foto reza: «Martín Cortés el Mestizo». Se lo señala con dedo a su amiga Ingeniera y dice:
—Mira lo que pone aquí, Ingeniera. ¿Sabes quién fue este bellezón? El hijo de Hernán Cortés y la nativa Malinche, que una corriente de interpretación identifica con la Llorona.
—¡Pues vaya corriente y vaya interpretación! Este guaperas no tiene ni un rasgo nativo —responde Ingeniera—. Parece más bien un capitán de los tercios de Flandes. Además, ¿qué es eso de que doña Marina es la Llorona?
—Me haces decir lo que ya sabemos ambas, Ingeniera, mira que tienes mala baba.
—Dilo pues, amiga, para que lo sepan todos.
—Cuentan que la Llorona solloza mientras baja por las calles nocturnas hacia el río o sube de él chorreando lágrimas y agua turbia, lamentando la muerte de sus hijos. A estos los tuvo con su amante español Hernán Cortés, que se apartó de ella para casarse con una dama blanca y católica. Y que la abandonada, hecha una furia como Medea, los mató en venganza o por despecho.
—¡Ah, qué pobre explicación! —se queja la Ingeniera hinchando las mejillas en un suspiro de fastidio—. El espectro que llora a sus hijos debe referirse, con sus quejas y lágrimas, a algo más profundo que su prole o su familia. Con su lamento, «¡Mis hijos!», no se refiere a hijos naturales, Mariposa, no te dejes llevar por leyendas nacionalistas de los vencedores. Tal vez llora a su pueblo, la incomparable civilización de Tenochtitlán, sojuzgada por los españoles, pero vaya usted a saber. Y desde luego, no mezcles en esta historia a doña Marina, que, de Llorona, nada. Al parecer, todo lo contrario.
—No, si ya sé que la Llorona no es doña Marina Malintzin o Malinalli, llamada Malinche como insulto, porque significa «traidora», convertida en una Medea maya o azteca por obra de los criollos decimonónicos. Si te enseño este cuadro con su pie de foto desafortunado, es porque veo en él un hilo de la trama de las historias que se tejen de aquí y de allá, y van a parar a las coplas de Chavela Vargas.
—No sigas tales hilos de mentira y error, querida —dice la Ingeniera dejando lo que está haciendo y mirando con atención al noble caballero de la armadura negra—. La historia es más bella, en este caso, que su leyenda tardía y torticera, que la emparenta sin tino con la de la Llorona.
»Malinalli —prosigue Ingeniera como si le dieran cuerda—, conocida como la Malinche, fue regalada con otras diecinueve jovencitas a Hernán Cortés, en 1519, tras la batalla de Centla en México, y escogida como traductora de náhuatl. Como tal, pudo ejercer de faraute, o sea, de introductora de los españoles ante los jefes nativos. Caminaba siempre a pie junto al caballote de su amo, al que nunca montó ni de paquete.
»Sabemos algo de ella, quizá exagerado y parcial, pero no fantasmagórico como las cosas que te gustan a ti, Mariposa de las Tumbas. Dice el historiador Bernal Díaz del Castillo que era “entremetida y bulliciosa”, y las crónicas la llaman “lengua filosa”; pero no traicionó a su pueblo, porque por entonces ni pueblo mexicano o maya existían como naciones, ni menos un sentimiento patrio. Se las arregló para sobrevivir en tiempos revueltos, y lo hizo tan bien que es una heroína del feminismo trasversal.
»Como concubina de Hernán Cortés, digo, sabemos de cierto que doña Marina Malitzin solo tuvo un hijo suyo, Martín Cortés, llamado el Mestizo. Poco pudo como madre gozar del niño e instruirle en sus raíces mayas y aztecas, porque se hizo cargo de él el padre, que lo adoraba. Cortés dio a su hijo una educación hispánica papista por todo lo alto y lo mandó la corte española a civilizarse, donde fue paje del príncipe heredero, que luego vino a ser nada menos que Felipe II. Martín Cortés Malintzin fue Caballero de la Orden de Santiago y oficial del ejército imperial. Ninguna Llorona lo mató y lo arrojó al río por despecho. ¡Qué tonterías y cuánta sandez!
»Bórrate eso de la memoria, Mariposa. La Malinche tuvo otro vástago mestizo, su hija María Jaramillo, con Juan Jaramillo, con quien Cortés la casó en 1524 —dice tras consultar en Internet—. O sea que la Malinche, que no mató a ningún hijo ni se ahogó en el río para vengarse del abandono de su amante blanco y barbudo por una noble española, ni fue la Medea que inventaron los criollos para desprestigiarla, ni tuvo nada que ver con la seguramente antiquísima Llorona.
»Pues aquí dice que es más riguroso asimilar a esta con el mito de la señora divina protectora de las “ciguateteo”, que en la religión de los nativos fueron las mujeres que murieron al dar a luz y las asimilaron a guerreros caídos en combate y, como a tales se las veneró por sus comunidades y familias.
—Sí, ya sé que la Malinche —replica la Mariposa de las Tumbas con cierto retintín ante la lección que ha arrojado Ingeniera sobre ella como quien apaga un fuego con un cubo de agua— murió santamente como María Jaramillo, pero esto no quita que se convirtiera en el imaginario popular en un espectro gritador, de los que tanto abundan en las culturas antiguas, como las banshees entre los celtas.
—Para ti la perra gorda, hija mía —se encoge de hombros la Ingeniera, harta de esta conversación en bucle, volviendo a lo suyo—. En tu obsesión por la Llorona estás empezando a decir tonterías. Anda, cierra el archivo de ese cuadro mal catalogado, olvida al guapo caballero y pon la canción de la Llorona, si es posible cantada por Ángela Aguilar, que es la versión que más me gusta.