Fernando León de Aranoa dirigió en 1996 una película titulada Familia en la que el protagonista, un hombre solitario, contrata a un grupo de teatro para que finjan ser su familia el día de su cumpleaños. Quiere estar acompañado, sentirse querido en esa fecha señalada de su vida. Al principio, no vemos nada extraño en esa típica fiesta familiar, pero, poco a poco, comienza a vislumbrarse el engaño, hasta que se descubre que existe una transacción comercial que convierte en falsos los afectos, los cariños que le prodigan. Desvaloriza la relación.
¿Qué ocurriría si tuviéramos que pagar las sonrisas, los abrazos, la familia, las amigas y amigos que nos escuchan y nos comprenden?
Somos seres sociales, y, en el fondo, lo más importante, desde la ropa que nos ponemos, las palabras con las que nos expresamos, lo que presumimos de ser o haber alcanzado, todo, tiene como único objetivo que nos admiren, que nos consideren especiales. Que nos quieran.
Actuamos buscando el reconocimiento, no mercantil, de nuestra persona; porque si pagásemos a cambio, nuestra vida se convertiría en una gran mentira, en una representación en la que todo sería fingido y nada tendría valor.
No obstante, paradójicamente, nuestra existencia está atravesada, conducida y marcada por el dinero. En nuestra sociedad se ha instalado una ambición desenfrenada por ganar cada vez más, siguiendo las reglas del juego de un personaje al parecer etéreo, sin ojos, sin boca, sin corazón, cuya avaricia es un pozo sin fondo. El Mercado.
Un monstruo a quien se respeta, se venera, y cuyas leyes nadie infringe porque posee un ejército de organismos nacionales e internacionales que vigilan para que todas sus normas se obedezcan. Y a él culpan, sin ningún pudor, las empresas y los organismos económicos, de la subida de los alquileres, de los desahucios, de los salarios de miseria que pagan las empresas.
El Mercado reparte juego para toda la sociedad, dicen, y si no ganas es porque eres torpe, mediocre, cobarde, incapaz. Sin embargo, esta carrera para conseguir el mayor trozo de pastel está amañada. Si no, ¿cómo se entiende que después de la tremenda crisis económica que hemos padecido, los ricos sean más ricos y los pobres más pobres?
Estamos en una sociedad en la que cualquier cosa es susceptible de mercantilizarse. Cada día pagamos por servicios que eran públicos y que se cierran o deterioran para dirigirnos a negocios privados.
Por ahora, El Mercado no nos cobra por la familia, los abrazos, los afectos, las amistades. Parece que se conforma con robar la sonrisa de los labios de quienes expulsan a la pobreza, de los rostros de las personas que son desalojadas de sus viviendas, de los ojos de quienes tienen que marcharse de su ciudad, abandonando familia y amistades, para buscar un trabajo digno.
Quizá, en algún momento, a este monstruo insaciable podamos ponerle un tope en la boca para impedirle que nos trague y nos conduzca a situaciones como las que ocurren en la película de Aranoa.