Pedro es coleccionista de ebook, me lo presentó Ana en el Fnac L’Illa de la avenida Diagonal. Pedro pidió en la librería un ebook de Enrique Vila-Matas, no recuerdo si fue la novela Viaje vertical o el ensayo El viajero más lento, lo que recuerdo es que el título hacía referencia a los viajes. Al salir del Fnac Pedro nos explicó que solo compraba libros electrónicos. El amigo de Ana se había entregado completamente al ebook por sus conocimientos informáticos, que le ayudaron al tránsito de la materialidad a la virtualidad del libro.
Un día fuimos los tres a la Rambla de Catalunya a almorzar y Pedro nos habló de las ventajas del libro digital. Yo le dije que todos mis libros eran de papel y que no me gustaba el libro virtual. Pedro nos advirtió de que el libro impreso pronto se convertiría en un objeto de museo por las presiones comerciales y por la masificación del acceso al mundo digital. Añadió que cuando las escuelas introdujeran definitivamente el libro digital en las aulas, los niños y las niñas se acostumbrarían al uso y el libro impreso desaparecería. Le contesté que sería una lástima porque se perdería el placer de tener entre las manos una encuadernación, el gozo de tocar la textura del papel, de escuchar el sonido del paso de las hojas… Él lo tenía muy claro: dijo que con la versión electrónica se acababa con la escasez de ejemplares, el agotamiento de las tiradas de impresión, las distancias geográficas insalvables para hacerse con un libro impreso, las subastas desmedidas por adquirir un libro único en el mundo…
Nos sentamos en el bar. Pedro nos habló de sus libros electrónicos y de las maneras de organizar la biblioteca digital: por el apellido del autor o autora, el título de la obra, las materias clasificadas alfanuméricamente, el año de publicación, el valor sentimental, la lectura o no-lectura del libro… Nos dijo que en Internet hay programas administradores de bibliotecas digitales al alcance de todo usuario. Yo le comenté que prefería la biblioteca clásica en la que solo se lidia con el polvo, el espacio, los roedores, los ladrones, los incendios o las inundaciones, si se dieran por desgracia alguno de esos casos.
Pedro continuó su discurso, nos dijo que se podían contratar los servicios de almacenamiento y procesamiento en Internet, la conocida «nube», en donde se puede guardar mucha información y así dejar libre la memoria de los dispositivos y evitar incursiones externas que puedan perjudicar a la colección de libros digitales.
Ana le contestó que dichos sistemas no son invulnerables a ataques externos o a los apagones informáticos, que el principal problema del coleccionista digital es la obsolescencia de los equipos y programas, la variedad de formatos electrónicos existentes, la compatibilidad y convertibilidad entre sí y con los sistemas de los aparatos lectores, los virus o los posibles intrusos a los sistemas y equipos. También le advertimos de que existía un problema más grave aún: perder los dispositivos de memoria y por consiguiente la biblioteca entera.
Ana y yo insistimos tanto en los problemas de los libros electrónicos y las bibliotecas digitales que Pedro nos calificó de anticuados. Entonces para destensar el ambiente al que habíamos llegado, Ana nos contó un chiste malo —a Pedro le gustan los chistes malos—: llega la mujer a casa y pregunta a su pareja:
—¿Me regalas el nuevo iPhone?
—¿Y el otro?
—El otro me va a regalar un eBook Reader.