Y a un lado de la estancia
la llama del vivir se queda quieta
y aduerme su substancia
y borra tu silueta
y el alba ya se duele por su grieta.
Noche adentro la tea
del corazón ardía enamorada.
Ya en su centro llamea
del desierto la nada.
Y en el otero el alba vulnerada.
¿Qué corazón caliente
siguió tus huellas en la noche helada?
¿Quién clama en el relente?
¿Quién gime en la nevada?
¿Quién te espera al romper el alborada?
De tanto en tanto abría
el ventanuco por mirar el monte
por ver si te veía,
mas por el horizonte
nadie hallaba en la noche o su remonte.
Y el alba ya rompía
y afuera la cellisca arreciaba.
Y más leña no había.
La lumbre se apagaba.
Y tu aldaba a mi puerta no llamaba.