El ciervo -el tiempo- se iba por el monte.
Y, por las alamedas del amor,
ángeles fronterizos, revolando,
apagaban las lámparas del alba.
El tiempo -el ciervo- se iba por los valles.
Y las enamoradas criaturas
preguntaban al viento desoladas
por su rastro de sombras fugitivo.
Por un ventano estrecho se veía
un retazo de bosque y el ejido,
pero nadie asomaba en el otero.
La noche, el manantial, la herida, el alma
se fueron con el ciervo por el monte
y un reguero de sombras por la nieve.