Directísimo

Escalofríos

 

[Transcripción del programa de TVE “Directísimo”, presentado por José María Íñigo. Emitido el sábado 11 de mayo de 1974. En esos tiempos, en España tan solo existían dos canales de televisión –públicos– y este programa se emitió en directo en hora de máxima audiencia, por lo que puede considerarse que el alcance de su emisión llegó al total de la población]

—Buenas noches, señoras y señores. Bienvenidos a Directísimo, desde el Estudio 1 de Prado del Rey. Hoy tenemos con nosotros a un hombre al que podríamos definir un poco como… no resulta fácil… ¿Cómo se definiría usted?

[Interpela al invitado, gira la cámara y se ve a un hombre que viste un austero y muy gastado traje azul marino con corbata a rayas grises y blancas sobre una camisa azul celeste]

—Buenas noches, señor Íñigo. En primer lugar, no creo que sea muy relevante mi persona. Al menos, no tanto como lo que pretendo denunciar aquí ante todo el país… si es que usted me lo permite, que creo que es para eso para lo que he sido invitado a venir. Yo no soy importante.

—Permítame que transmita a la audiencia el interés que pueda usted despertar, dado lo que dicen que anda usted diciendo por ahí. Porque usted va diciendo por ahí cosas, cuanto menos… raras.

—Raras no, señor, raras no. Quizás desconocidas por la mayoría.

—Cuando digo raras, no me refiero a que vaya usted insultando o amenazando a nadie ni soltando improperios o groserías, pero no me negará que no es habitual que alguien diga lo que usted dice.

—¡Pero es que es necesario que la gente sepa lo que no sabe!

—Bien, bien, no se ponga nervioso, que está usted aquí para contarle a toda España eso que dice que la mayoría desconoce. Vamos allá. ¿Quiere usted decirles a nuestros espectadores ese asunto tan extraño, oculto y difícil? 

[El individuo, que luce un fino bigotito muy bien recortado y unas gafas gruesas con los cristales al aire, adopta una postura muy digna y, moviéndose algo nervioso, busca el piloto de la cámara que le enfoca]

—¿Cuál es mi cámara? ¿Esa? ¿Donde está la luz roja? Bien. [Pausa dramática]. Señoras y señores de todo el país. El presentador que me está entrevistando, este hombre al que todos conocen como José María Íñigo no es quien ustedes creen que es. No es quien parece. Porque este hombre que tengo a mi derecha en esta mesa y que aparece en sus pantallas todas las semanas en este programa… este señor no es un ser humano. 

[Risas estentóreas del público asistente al programa, que se emite en riguroso directo]

—¡Caramba! Me deja usted sin palabras, caballero. Como presentador de un programa tan visto como Directísimo me han dicho de todo. Pero que no soy humano… ¡caramba! No sé qué decir. ¿Y por qué me acusa usted de no ser humano? La verdad, no sé cómo tomarme esto…

—¡No! No se sienta usted ofendido, señor Íñigo. No pretendo ofenderle. Digo lo que digo para que la gente sepa que usted y otros muchos que aparecen en televisión no son de nuestro planeta. 

[Muchas más risas]

—¡Ah! Me deja más tranquilo. Entonces usted afirma que los que salimos por la televisión procedemos de otro planeta.

—No, no todos. Muchos de ustedes son extraterrestres. Otros no. Otros son seres humanos normales como yo y como la mayoría de la gente del público que hay aquí. 

—¿Tampoco todo el público es humano? 

—Así es. Hay seres que no son de la Tierra entremezclados entre los muchos humanos reales que hay allí sentados en las gradas, que son la mayoría. 

[Alborozo risueño del público y sonrisa sarcástica del presentador]

—Pero, ¿cuál es el motivo, la evidencia o la prueba con la que usted puede demostrar lo que afirma? Porque eso que dice parecen unas declaraciones muy serias.

[El tomo bromista de Íñigo sirve para que los asistentes a la emisión del programa rían, murmuren e, incluso, aplaudan. El entrevistado no parece darse por aludido con esas reacciones, a tenor de su expresión]

—La gente no debería tomarse a broma lo que digo. No sé por qué, pero tengo la posibilidad de ver lo que la mayoría de la gente no puede. Debí de nacer con ese don… o lo que sea, que no lo tengo muy claro. El caso es que puedo ver su aspecto real, señor Íñigo, algo que casi nadie parece poder hacer. Y el aspecto de aquel muchacho de la cámara. Y el de ese otro señor de la segunda fila del público, allí a la derecha. Y allí, en medio de la… una, dos, tres… quinta fila, hay otro que tampoco es humano. 

[Las cámaras del estudio se dirigen torpemente hacia donde señala el entrevistado para mostrar en pantalla a quienes señala con sus observaciones]

—¡Pero me deja usted realmente atónito! Y seguro que a nuestros fieles y queridos espectadores también. Yo, allí, donde usted señala, veo a un señor elegantemente vestido pero muy corriente. [Risas del público] ¡Sin faltarle a usted, caballero, que lo de corriente es solo una forma de hablar! Y en esa quinta fila veo a una señorita, muy fina y bella, que no me parece muy extraterrestre, la verdad. Y le aseguro a usted que esta mañana me miré al espejo y me pareció ver al José María Íñigo de siempre…

[Muchas risas entre el público]

—A ver cómo consigo explicarme. Ustedes, los no humanos, tienen aparentemente el mismo aspecto que nosotros, los humanos. ¡Aparentemente! Pocos, no sé cuántos, pero yo sí, podemos ver lo que hay tras ese aspecto aparentemente corriente que muestran para ocultarse. 

—O sea, que usted está sugiriendo que yo voy disfrazado, que mi aspecto real no es el del José María Íñigo que tienen usted y los espectadores de todo el país delante de sus ojos. 

—Así es. Aunque quizás no sea disfraz la palabra más adecuada. 

—Pues hagamos una prueba. Le conmino a que trate de arrancarme el bigote. Le aseguro que es real… Y también le pido que no tire muy fuerte. 

—No, no, eso no es necesario. Ni tampoco probaría nada. El bigote de usted es real… y muy grande, por cierto. El aspecto que presentan ustedes, los no humanos, es tan similar al nuestro y tan aparentemente real que nadie pondría en duda su imagen humana. Pero yo, por alguna razón que desconozco, soy capaz de traspasar esa capa externa y de ver su interior, su verdadera esencia. Y, repito, esa esencia no es humana. 

—Una esencia no humana… Entonces, según usted afirma, yo, José María Íñigo, conocido por gran parte del país gracias a la televisión, tengo un rostro, un cuerpo y una forma de comportarme que pasa por humana para todo el mundo excepto para usted y quizás para alguien más con su… extraordinaria capacidad visionaria. Y dígame, ¿cómo me ve usted? 

—Se van a reir, pero las imágenes que el cine y los tebeos nos han mostrado con marcianos verdes y escamosos es absolutamente real. Una serie de tentáculos salen de lo que sería su boca, y sus ojos son enormes y saltones. 

[Risas incontroladas del público, al que se dirige la cámara. Íñigo tampoco puede contener la carcajada]

—Perdóneme. No es mi intención contrariarle, no es que me ría de usted, pero es que eso que dice es tan de película que no puedo imaginarme verde, con escamas y tentáculos sin reírme. 

—Yo estoy convencido de que algunos guionistas de las películas donde salen esos bichos eran también extraterrestres y sabían muy bien lo que querían mostrar. Y seguro que mostrándolo en esas tontas historias, la población acabaría tomando a broma cualquier aparición real de esos seres. 

—¿Y por qué cree usted que posee esa capacidad para descubrir… ese… para descubrir nuestro verdadero aspecto? 

—No lo sé, la verdad. 

—¿Y desde cuándo tiene usted ese don? ¿Cuándo se dio cuenta de que había extraterrestres infiltrados entre los seres humanos? 

—Hará ya unos treinta años. Debía tener yo unos 23 o 24 cuando, un día, vi algo muy extraño caminando por la calle entre la gente normal. Debía ser el año 1944. Recuerdo perfectamente aquel momento. Me llevé un susto de muerte. Dese cuenta de que hacía poco que había acabado la guerra y todo estaba por hacer, con ruinas de edificios destruidos por las bombas aún sin desescombrar. Eran tiempos muy grises en los que lo más importante era conseguir la comida cada día. Lo que menos se esperaba uno era encontrarse por la calle a alguien disfrazado de una manera tan extraña, tan rara como lo era aquel ser que vi. 

—¿Qué hizo cuando tuvo esa primera visión? ¿O, quizás, mejor decir avistamiento? ¿Se lo contó a alguien? 

—Da igual como lo llame, aunque visión podría dar a pensar que estoy drogado, con alucinaciones como las de esos jipis melenudos que se ven cada vez con mayor frecuencia tomándose de todo. 

[El público ríe y murmura]

—Dejémoslo entonces en avistamientos. 

—Mejor, mejor. Pues sí, aquel día me sorprendí mucho. Al principio pensé, lógicamente, en un disfraz, aunque ni era carnaval ni eran tiempos en los que la gente pensara en disfrazarse. Además, como disfraz, era muy raro para la época, en la que lo normal eran las máscaras, los trajes de chulapas y los de Napoleón. [Carcajadas en la grada] Hoy, con el cine, nos hemos acostumbrado a cosas como esas, pero entonces no sé a quién se le podría haber ocurrido un disfraz así. 

—Sí, claro, un tipo verde, escamoso y con tentáculos no lo pondría yo en una película ambientada en los años 40. 

—Desde luego, desde luego. Así que imagínese, señor Íñigo, mi desconcierto. Miré para todos los lados y noté que nadie excepto yo miraba al extraño ser que caminaba por allí, y eso me confundió aún más. Un bicho raro entre gente normal, en aquellos tiempos en los que era difícil salirse de los cánones en cuanto a vestimenta y aspecto (y a muchas otras cosas), y nadie, menos yo, parecía darse cuenta de que estaba allí. 

—¿Y qué hizo? 

—¿Qué iba a hacer? Nada. Callarme y guardármelo para mí. Me habrían mandado al manicomio de Leganés si hubiera contado lo que veía. Me habrían tomado por loco. 

—Y entonces, ¿cómo ha llevado su capacidad visionaria desde entonces? 

—Pues después de aquella primera vez comencé a ver más a menudo a seres como usted; vamos, quiero decir, a seres extraterrestres. Pero nunca dije nada. Me acostumbré y noté que no parecían querer hacernos daño; no me parecieron peligrosos. Pero ahora, pasados los años, con esto del aperturismo y de que estamos en una época de mayores libertades, me he decidido a contarlo públicamente para que la gente sepa que el ser humano no está solo… al menos aquí en la Tierra. 

—Pues esa sí que es una gran noticia. De ser verídica, mañana todos los periódicos deberían darla en portada…

—No lo creo. No creo que cambie nada ni se publique nada al respecto. Estoy convencido de que ustedes, los no humanos, por definirles de alguna forma, son los que manejan los hilos del poder, como se dice hoy de esas cosas. Seguro que los periodistas, humanos o no, trabajan para ustedes. Y seguro que también dirigen los bancos… ¡Y no vea qué espectáculo de seres verdosos hay en las Cortes cuando se ven por televisión! Aunque no se vea el color, el aspecto de muchos procuradores es, sin duda, el que usted tiene; es decir, extraterrestre. 

[Carcajadas entre el público]

—¡Caramba! Tenga cuidado con lo que dice, no vaya a ser que a alguno de esos poderosos que usted señala no le guste que le trate de… no humano. 

—¿Y qué daño podría hacerles yo? 

—Pues contar a todo el mundo esa verdad que usted afirma poder ver, y descubrir así su… nuestro secreto. 

—Puede. Pero si en treinta años no he visto que nos atacaseis y nos habéis permitido llevar nuestra vida, corriente y humana, como si no estuvieseis aquí, no sé qué sentido tendría descubrirse ahora deteniéndome. 

—Pues entonces, señor visionario, vamos a dejarlo así, que se nos acaba el tiempo. Ha sido un placer tenerle con nosotros y que nos haya hecho partícipes de ese gran secreto con el que dice que vivimos. Por mi parte, no sé si debería decir lo de placer porque eso de sentirme no humano me ha descolocado un poco. Seguro que hoy me miraré con más detenimiento en el espejo del camerino para buscar esas escamas y esos tentáculos y me pondré un buen maquillaje para disimular ese color verde que dice usted que tengo. 

[Muchas risas y aplausos del público]

—En cualquier caso, gracias por su testimonio. Y a ustedes, telespectadores, muchas gracias por su atención. Despedimos hoy Directísimo desde el Estudio 1 de Prado del Rey y les esperamos el próximo sábado con, seguro, nuevas historias que les sorprenderán. 

[Aplausos del público. Sintonía de cierre y títulos de crédito finales. Se acaba la emisión]

PD.: Esta transcripción ha sido visada por el Departamento de Intereses en el planeta Tierra. Se envía copia al Supervisor de Zona Galáctica para posibles intervenciones en relación con el testimonio emitido en el programa de la Televisión Española. Y, si fuera necesario, estudiar las capacidades de algunos humanos para poder traspasar la cubierta visual que protege a nuestros individuos personados en el planeta.

Se recomienda supervisión del Departamento de Psicología Humana a fin de determinar la intensidad de penetración de esta noticia en el entorno social del país y, de extenderse, del planeta entero

Fin de la transcripción.


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