Hubo un tiempo, no muy lejano, en que los ciclos del campo eran esenciales en el devenir de los pueblos. Y palabras hermosas formaron parte de la vida de los hombres. Hoy casi nadie mira al cielo y han dejado de usarse demasiadas palabras. Los calendarios son una sucesión de dígitos y los ciclos se han reducido a una mera cuestión económica. Pero siempre habrá alguien que mirará atrás con nostalgia.
Yo tuve suerte, ya que hubo en mi infancia un hombre bueno llamado Joaquín Armenteros en un pueblecito de la provincia de Jaén, llamado Escañuela, donde vivía mi abuela y pasaba los veranos. Joaquín me enseñó, un niño asombrado, el curso de las cosechas, que todos los meses son diferentes y que se rigen por cabañuelas de ida y retorno.
Por motivos familiares estuve cerca de ese pueblo, en Andújar, y, coincidiendo mi estancia con el mes de agosto, recordé que en ese mes comienzan las predicciones del tiempo basadas en las cabañuelas, según recordé que me había enseñado Joaquín.
Lo comenté con algunas personas y nadie me daba razón, hasta que di con un muchacho que regenta el quiosco del parque donde cada día voy a comprar el periódico. Él sí había oído hablar de ellas en su infancia y decidimos, como un juego, tomar nota, guardarla y comprobar si el año que viene sería tal como habíamos calculado. Así, el día 1 de agosto amaneció bastante fresquito, muy nublado, incluso llegaron a caer algunas gotas, y eso sería un reflejo de agosto al año siguiente.
El día 2 hizo viento y la temperatura subió algo, por lo tanto, al próximo septiembre le correspondería ser ventoso y de temperatura moderada. El día 3 fue un día típico de agosto: caluroso y totalmente despejado, por lo que, a continuación, octubre sería templado.
Seguimos observando los días siguientes, y así el 4 de agosto volvió a hacer fresquito: noviembre sería frío. El 5 persistió el frescor: frío también para diciembre. Y así, los días restantes del 6 al 12 de agosto nos fueron dando el tiempo desde enero a julio. Estas serían la «cabañuelas de ida».
Los doce días siguientes del mes de agosto, del 13 al 24, dan el tiempo en los meses inversos. Comienzan así «las cabañuelas de retorno». El 13 de agosto marcaría el tiempo en julio, el 14 sería para junio, el 15 para mayo, y así hasta llegar al 24, que correspondería a agosto. Y en ese agosto nuevo, vuelta a empezar y vuelta a empezar. Y vuelta, hasta el fin de los tiempos.
El origen está en Andalucía y tiene miles de años. El nombre, parece ser, proviene de la festividad judía de los Tabernáculos, según interpretación de un documento del siglo XI fechado en Toledo. En otros lugares de España y de América, se conocen como «témporas».
Pero, aparte de observar como hacíamos nosotros solo el cielo debido a nuestro ámbito urbano, los hombres del campo observaban a los animales, a las plantas, a la luna, a las nubes. El campo se expresa de muchas maneras y los hombres lo han interpretado a través de los siglos.
Ni que decir tiene que los cálculos del quiosquero y míos solo acertaron, al año siguiente, en que hizo calor en verano y frío en invierno.
Sé que estas predicciones locales tienen poca verosimilitud, ya que no se puede hacer una predicción correcta observando solo un lugar concreto. Hoy sabemos que el tiempo que nos ocurre a nosotros en una región es algo que puede estar gestándose a miles de kilómetros, pero ¿hay algo más bonito que observar la naturaleza e intentar entenderla?
Cuando estaba pergeñando este relato, me ha llegado la noticia de la muerte de Joaquín. No puedo por menos que sentir un recuerdo emocionado y darle las gracias en su partida. Sé que esto es muy poco, pero le voy a contar a mis nietos qué son las cabañuelas. Y a Takumi, Lúa, Kala y Yume les diré que miren siempre atrás con nostalgia, porque las buenas costumbres no deben perderse. Que hay que observar al cielo e intentar entender a esta tierra que no nos pertenece. Será como entender, un poco, quiénes somos y a todos los que en ella estamos.