Diciembre

Crónica de los días que pasan

En diciembre el mundo juega maliciosamente a tantear los bordes del espacio, buscando un mástil donde asirse, al despertar el alba desnuda de porqués. Desprevenido y cómico bombea el día su extensión-nenúfar.

Se avecina un sufrido invierno enumerando pasos en la nieve, pasos pequeños, capaces de recorrer cien millas en un intervalo de cinco minutos y regresar al punto de partida, como niños que se alejan pero de los que jamás se pierde la referencia. Puntos negros allá en el horizonte, que se extiende ante los ojos, semejante a una lengua inmensa y blanca que lame el paisaje hasta donde alcanza la mirada, cegándola de luz y plato.

La nieve posee esa gran capacidad de descifrar al instante los colores y convertirlos en tragedia.

¿Acaso no resulta trágica una camiseta azul hecha jirones, un caramelo de menta recién mordisqueado, una gota de sangre, una moneda extraviada, allí esparcidos y condenados a la desaparición, diluyéndose con cada copo en territorio níveo?

En contraposición no existe nada tan hermoso como observar un alce hundiendo sus cuatro patas al unísono en nieve virgen, puntos negros en procesión concéntrica. Ni nada más tremendo que una tarde de diciembre pidiendo auxilio, sepultada por la inminente oscuridad que la transmuta en noche prematura, engullendo de un modo salvaje su condición de tregua.


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