No puedo calcularlo, pero estimo que me quedan cuarenta o cincuenta años entre los vivos… O sea… A ver… No entre los pícaros, sino entre los no muertos. Bueno, que he empezado a pensar seriamente en mi muerte. Aparte de lo normal —el temor sobre el momento y las circunstancias de la defunción, ya me entienden—, me inquieta quiénes pueden servirse del deceso. Obviamente, mi fortuna irá a mis herederos. De eso no tengo dudas hoy por hoy, sin saber aún a ciencia cierta si la lista de herederos irá creciendo. Tampoco es que me quite el sueño, pero sé que el número de personas non gratas que conoceré irá aumentando hasta el luctuoso instante al que me refiero (siempre será mayor el número de personas encantadoras, claro).
Es posible que cambie de parecer en unos años, pero más vale ser previsor que pagar el billete. Además, si cambio de parecer, quedaré retractado (aquí iría un emoticono de guiño). A bote pronto, puede parecerles, queridos lectores, que este texto está cargado de mala leche. Tal vez. O que es vengativo. Quizás. No obstante, les invito a que piensen en aquellas situaciones en las que han optado por morderse la lengua, o en aquellas otras en que no les ha quedado más remedio que tragar. Pero no por un quítame allá esas pajas, sino por cuestiones puntuales serias, o bien por momentos incómodos que se reiteraron siempre con las mismas personas. Ni siquiera personas que odien, no —vamos, de hecho, creo que odio solo a una persona, de la que, además, hace mucho tiempo que no sé nada—. Esto, más bien, yo lo calificaría como un ejercicio de justicia poética que puedo permitirme.
Así, no me apetece que determinadas personas lloren mi muerte. Ni que hablen de mí (ni para bien ni para mal). Sé que no puedo evitarlo, mas espero que lo deje claro el testamento que voy elaborando. Otrosí, si tal testamento no fuere difundido entonces, quede como constatación de intenciones este documento recogido en La Charca Literaria. Debo aclarar que, al referirme a personas que lloren mi muerte, estoy contando con individuos que expresarían llanto sin sentirlo, claro, así como otros que serían capaces de creerse sus propias mentiras y llorar de verdad. Pero ya me extenderé más adelante sobre esto.
Supongo que ha sucedido con personajes egregios y es evidente que no se puede comparar, puesto que, indudablemente, no pasaré a la posteridad. Aun así y para evitar disputas, prefiero anticiparme en la medida de lo posible y dejar delimitadas cuatro cositas. Allegados y amistades podrán valorarlo en su momento, si les place, como probablemente lo harían los herederos de Machado o Lorca al oír a algunos politicastros reivindicando el valor de su obra —salvando las enormes distancias intelectuales que me separan con los mencionados genios, por supuesto—. Por la misma razón, debe inferirse que no incluiré explícitamente a personas célebres, que ni saben de mi existencia.
Puede parecer tarea fácil, pero no lo es. Para empezar, solo lo tengo claro con personas contadas. Sin embargo, son muchos los individuos con los que me he cruzado y con los que me toparé, tan poliédricos como cualquiera, como yo. Llenos de matices como los personajes de una novela de Ellroy. En este sentido, debo reconocer que tampoco es que yo sea un dechado de virtudes. Pero, como en toda muerte de alguien normal suele haber duelo y palabras consideradas para el difunto, no me cuesta sospechar que también las habría de algunos arribistas. Incluso tratándose de mí. Por eso me pregunto si debería trazar una línea o si bastaría con una lista pormenorizada. El inconveniente de la línea descriptiva es que fuera de trazo grueso, con lo que podría excluir a personas despreciables para mí por algún motivo nimio, aunque suficiente; o incluir a personas con quienes me precipité sin darme una oportunidad de conocerlas mejor. Por otro lado, con la lista de nombres y apellidos podría cometer el error de incluir a personas de conveniencia. Especialmente, personas que pudieren represaliar a mis seres queridos. No pretendo dejar tal herencia.
Descuiden, que no voy a defraudarles; demos paso al morbo. Por motivos obvios, no citaré expresamente a las personas que ya tengo en la lista inicial, y que, para sorpresa de ellas, posiblemente lean esto (que me servirá como borrador para la relación definitiva). Empezaré con la clase de individuos que han tratado de anularme con mayor o menor éxito. No lo haré con quienes solo tengo sospecha, sino con quienes sé que lo han hecho de forma directa, en mi cara, o indirecta, a mis espaldas, habiéndomelo corroborado diversas fuentes, ya fuera vilipendiándome, despreciándome o tratando de que comulgara con ruedas de molino. Continuaré con quienes se han servido de mi esfuerzo de manera desconsiderada, a sabiendas y para beneficio propio. Valoraré también si debo incluir a quienes se cuelgan medallas inmerecidas por costumbre, y a quienes tratan de auparse a costa de los demás en general, y a quienes escamotean su ayuda una y otra vez por cobardía, y a quienes jalean el odio y la discriminación entre iguales, y a quienes se burlan de los débiles, y a quienes acostumbran a arrimarse al sol que más calienta, y a quienes se afanan en justificar el daño por el daño a costa de quien sea, y a quienes viven del engaño al prójimo, y a quienes… Un momento. Ustedes no lo ven, pero en cada categoría he ido visualizando los rostros de las personas implicadas, y me he dado cuenta de que algunas se repiten. Va a resultar que no son tantas.
Es muy probable que, a pesar de lo que consideré certeza, pueda equivocarme con algunas personas y, en consecuencia, estas no sean tan despreciables en la percepción de otros. Análogamente, yo mismo puedo haber caído en una o varias de esas categorías, desde la óptica de alguien. Cada cual está en su derecho de descartarme como plañidera. Aunque ya me descarto yo; nadie tiene que llamarme ni pagarme para llorar por nadie; ya lloro de corazón por quien siento la pérdida.
En absoluto han de ver ninguna intención moralizante en esto que leen; son mis criterios y nada más. Si se animan a realizar un ejercicio similar, ustedes sabrán establecer sus propios criterios para descartar plañideras. Es más, ni siquiera les conmino a que lo hagan.
Puede resultar una declaración de guerra para una parte de quienes me tratan. Pues que así sea.