Desayuno con diamantes

Entre líneas




Nunca tuviste una historia de amor de película, ni siquiera se te cruzó por la cabeza que algo parecido pudiera sucederte alguna vez. 

Un lunes de noviembre te sorprendió encontrar en el correo un sobre con una nota. La nota era breve y te citaba para cenar al día siguiente en un bar del centro, añadía en mayúsculas que no podías faltar. Firmaba A.

Dudaste un poco, pero te cautivó el halo de misterio que rodeaba la carta y decidiste ir. Supiste que era él, y él supo que eras tú. Os sentasteis en una mesa al lado de la ventana, uno frente a otro. 

Mientras tomabais una cerveza os mirabais con atención. Mirar siempre es ver por primera vez y te preguntaste por qué las primeras veces se parecen tanto a las últimas.

Nunca antes te habías sentido así con nadie, ni tampoco un silencio había significado tanto. Sin duda A era la persona que siempre habías deseado conocer, cada mañana desayunabais entre charlas y abrazos que superaban con creces el valor de cualquier diamante.

Sin embargo, todas las películas tienen un desenlace y la vuestra también lo tuvo. Un tercer personaje apareció en escena y el idilio no tardó en cambiar de rumbo. 

Fue el comienzo del declive, el hechizo se deshizo a la misma velocidad que empezó. Desechaste las gafas de ver en azul y a partir de entonces todo lo viste marrón: marrones se volvieron las conversaciones, las miradas y los chistes. Marrones los diamantes del desayuno, el futuro y lo imposible.

No hizo falta poner The End en una nota, ni enviar un sobre por correo. Los personajes dejaron de salir en pantalla. Un fundido en negro lo fue cubriendo todo: los edificios, las calles, el cielo Y toda tu vida oscureció.

Imagen @i_digistuff