Desventrar un cordero, por Santiago Eximeno
Recuerdas a tu suegro, junto al cordero. Los cubos rebosantes de sangre derramada. La cabeza despellejada, el torso abierto, eviscerado. Recuerdas los gritos de tu mujer, la mirada perdida. Y tú tirando del brazo de tu hijo, ese que todavía sostenía el cuchillo de carnicero, mientras el niño gritaba entre sollozos: ¡No volverás a tocarme! ¡No volverás a tocarme!
La cabeza parlante, por Pere Montaner
La pilló por la espalda y de un tajo le cortó la cabeza. Fue un tajo limpio, sin sangre. Metió la cabeza en un saco y la hundió en el sumidero. —¿Qué te ha parecido, madre? —pregunta y, como siempre, escucha la respuesta en su interior: «Ha estado muy bien, Norman. No he notado nada. Si te molesta la policía siempre puedes alegar que perdiste la cabeza». Alguien aporrea con insistencia la puerta de la calle. Él sale del sótano y se enfrenta al sheriff con una tímida sonrisa.
Fuensanta, Anna Babra
Roberto visita a Fuensanta en la residencia donde se recupera de su caída hace unos meses. Salen al jardín para conversar. Fuensanta ya está mucho mejor y le pide que acuda a celebrar el día de los muertos en la residencia. Se disfrazarán y elegirán un puñal con mango verde o rojo. Ella lo prefiere verde.
La sala está totalmente ensangrentada. Los que eligieron verde lucen el puñal insertado en la espalda. Todos están muertos. ¡Cuidado con los colores! Roberto sabía muy bien lo que elegía.