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Solo el infinito
en su auto-contracción
puede crear el vacío.
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Después, llega el deseo.
deseo de dar, deseo de recibir.
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¿Qué vacío contiene lo dado?
¿El del cuerpo, tal vez, que huye
ante la sombra que se cierne?
Ese errante que nos constituye en hueso y sésamo,
en caderas de humo para gigantes o en enanos de amianto.
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¿O es la mente?
Masticada de tanto soliloquio
¿vertedero insomne de neuras en quiebra?
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Se pasea en bicicleta
el espíritu de la emoción en fuga
y tan des-nudos, nosotros
amando el viento que traemos
tan medio-hechos
con todo ese miedo cosido
en las vértebras.
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¿Quién da sin vacío de sí?
¿El océa-no? ¿Ignacio el colgado?, ¿el desierto?
¿Soy capaz de dar más de lo que (me) niego?
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¿Quién recibe mi vacío?
¿Tú, tal vez, la que ahora
me mira con ojos de alucinada?
¿O el que ha dormido
con mi mano posada en su sexo?
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¿Qué recibo en mi vacío?
¿Conocimiento?, ¿más vacío de mí?
La pregunta, ese deseo sostenido…
cabalga a horcajadas sobre el ser.
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Amar el misterio que somos
tan des-nudos, tan medio-hechos,
ciegos de tanto mirarnos
sin ver nuestro propio vacío
nuestros propios agujeros.
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Demasiadas teorías para nuestra prosaica finitud
en la respuesta, la muerte del deseo.