Cuando Lombroso encontró a Eusapia

Lógica (pati) difusa


En 1897, Cesare Lombroso le escribió una carta a Tolstoi para solicitarle que le permitiera medir su cráneo y analizar otras características de su morfología. Podemos imaginar lo mal parado que habría salido el escritor en el caso de que hubiera aceptado. Como es natural, Tolstoi se negó y, de paso, aprovechó para decirle que era un idiota rematado.

Las categorías y descripciones en las que trabajó y que le hicieron famoso —la teoría del criminal nato— se basaban en las características físicas de los delincuentes presos en Italia, en realidad, unos centenares analizados al azar. Si un desgraciado tenía los lóbulos de las orejas biselados, era alto y cejijunto, estaba destinado a la piromanía; también era inevitable la malicia y la lujuria desatada en los jorobados. Continuaba la lista con los rasgos del homicida, ladrón, violador y asaltante de caminos, cada cual, por separado, aunque alguno habría que reuniría todos los delitos por culpa de su fealdad congénita. Si un lugareño de la Lombardía, por ejemplo, había nacido con frente abombada y prognatismo mandibular, se podía dar por estafador y aficionado al robo con escalo.

El éxito de Lombroso fue planetario, la gente —los armónicos y bellos— iban a recibirle y echarle flores; en cambio, los contrahechos, en cuanto sabían que Lombroso llegaba a la ciudad se recluían por temor a ser señalados como delincuentes in pectore.

La afición de Cesare Lombroso por clasificar no se detenía en los rasgos criminales: catalogó los meses en los que se producían más revoluciones y guerras (julio y agosto); otra de sus investigaciones trataba de relacionar el nacimiento de artistas y dementes según la proximidad de zonas volcánicas. Sus opiniones, calificadas de científicas y aceptadas como evidencias, perjudicaron mucho a los mal parecidos y a quienes habían nacido bajo un volcán y no tocaba el piano ni estaba dotados para el arte.

No todo fueron alegrías en la vida de Lombroso, una de sus inquinas era el movimiento espírita al que denunció en muchas ocasiones. La mayoría de espiritista eran mujeres de cuello corto, frente ancha y lunares en los brazos, rasgos que las delataban como embusteras y liantes. A finales del siglo XIX era muy famosa la médium Eusapia Paladino, a quien nadie había podido desenmascarar y que, como Lombroso, triunfaba con sus exhibiciones allá dónde fuera. Se sabe que le retó para que asistiera a una de sus sesiones de levitación de mesas, materialización de espíritus y vuelo de jarrones chinos sin el concurso de mano humana. Varias veces se negó Lombroso a asistir a las reuniones espiritistas, hasta que decidió ver el engaño con sus propios ojos. No se le pasó por la cabeza que Eusapia fuera más lista que él. La médium se esmeró tanto con mesas y espíritus charlatanes que consiguió, no solo el aplauso de Lombroso, también su conversión a la causa.

Hasta el final de sus días fue un ardiente defensor de la médium, de quien, según cuenta uno de sus biógrafos, se enamoró como un niño. El donaire y gracejo de la pitonisa le cegaron hasta el punto de desbaratar toda su teoría del criminal nato. Y eso que Eusapia reunía en su rostro todos los estigmas atribuidos por Lombroso a la más abyecta depravación. Si ya lo dijo Tolstoi: el amor es ciego y el coleccionista de caracteres criminales, un pobre idiota.