Cosas de niños

La vida y nada más


No recuerdo con exactitud qué sucedió aquel día en que, sin pretenderlo y mucho menos imaginarlo, algo tan normal como mandar a tus hijos al colegio comenzó a irse de mis manos durante el transcurso de las siguientes semanas. Tampoco recuerdo los detalles, porque ocurrió hace mucho tiempo. Solo sé que aquella idea, que incluso hoy me atrevo de calificar de nadería, desembocó en una espiral de acontecimientos que me llevaron a situaciones inauditas. Yo era un simple contable con un puesto fijo en una empresa de lavadoras que cumplía con los objetivos mensuales que nos marcaba el departamento de ventas. De hecho, gané el premio del empleado del año en varias ocasiones, motivo de alegría familiar porque significaba un pequeño aumento de sueldo, más allá de la placa conmemorativa que solían entregar, y que, en el fondo, tampoco servía para mucho, salvo para presumir con las escasas visitas que venían a cenar y que tampoco le daban mucha importancia; pero para mi mujer y para mí era motivo de alegría ya que, unido a los ingresos que deparaba su peluquería, nos permitió sacar adelante a nuestros cinco rebeldes vástagos.

Si bien durante aquellos años logramos, no sin dificultades, mantener a flote la economía doméstica, por otro lado, sufrimos en nuestras carnes los caprichos de la infancia que acabaron cambiando el curso de nuestras vidas. Y es que nuestros retoños, a pesar de que cada uno tenía su propia personalidad, tuvieron en común su escasa predisposición para subir al autobús escolar. Sus lloros y rabietas nos provocaron grandes quebraderos de cabeza por lo que mi mujer y yo comenzamos a diseñar diferentes tácticas para que los niños no opusieran resistencia. Hasta que, en medio de la desesperación y después de numerosas estrategias de toda índole, se me ocurrió esa idea que me generó desde el primer momento las miradas recelosas de todo el barrio, a causa de mi extraño atuendo, mientras esperábamos la llegada del autobús y que hizo que me ganase fama de lunático. Pero me dio igual, conseguí que mis vástagos fuesen al colegio sin protestar. Más tarde supe que la razón de su buen comportamiento fue que se dedicaron a presumir ante sus compañeros sobre quién era su padre; aunque alguno, poco tiempo después, comenzó a tener ciertas sospechas porque, en los cómics, el superhéroe no tenía hijos.


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