Conocer,
no me conoce nadie
salvo, quizá, mi madre.
Quedarán,
en las cenizas del camino,
algunos intérpretes
de mis aristas más tristes.
Dirán
sentencias sin sentido
y epítetos hiperbólicos
sobre mi lápida.
Pero conocer,
conocer de verdad,
no me conoce nadie
salvo, quizá, mi madre.
Podrán
compartir conmigo
mesa, mantel, sábana,
pena, jolgorio y oropel.
En el mismo aire
ahogarse, reírse o jadear
rendidos sobre la piel;
que en el recodo del instante
un extraño vuelvo a ser.
Cruzarán
raudos los trenes
de mis palabras
el túnel que conecta tus oídos
y, aun así,
mi ficha en tu archivo
aún está por escribir.
Porque conocer,
con ce mayúscula,
no me conoce nadie
salvo, quizá, mi madre.
Incluso ahora,
cuando ella ya no reconoce a nadie,
a la Vida Blanda se llevará
mi plano,
mis dispensables acciones,
mi antídoto
y mi manual de instrucciones.
(Imagen de Han Cao)