Casas inteligentes

Los lunes, día del espectador


La modernísima casa que ideó Jacques Tati para su película Mi tío (1958)


El cine desde sus inicios abordó la modernización en los diversos ámbitos de la sociedad: el trabajo, las comunicaciones, la vida social, el ocio o las diversiones. No en balde el cinematógrafo era hijo de la nueva sociedad industrial. Pero algunos aspectos solo fueron tratados por el cine cómico, el slapstick. Y así en la era de la «electricidad», el director español Segundo de Chomón realizó el cortometraje El hotel eléctrico (1908), en el que un matrimonio de edad madura llega a un hotel en el que sólo trabaja un conserje, pues el edificio está totalmente automatizado. Buster Keaton realizó La casa eléctrica (1922), un prodigio de inventiva de gags visuales. Muchos de los efectos de estos filmes eran impactantes en la época, creados como por arte de magia. 

La ultramoderna casa inteligente reaparece en Mi tío (1958), de Jacques Tati, un film anticipatorio, en el que siempre recordaremos Villa Arpel, esa casa de moderna arquitectura completamente automatizada, robótica, dotada de toda clase de dispositivos, en la que los aparatos lo resuelven todo. Hoy ya no causa el mismo efecto, se ha «normalizado», pero todavía seguimos disfrutando de los gags y de la horrible fuente del jardín, en la que un erguido pez metálico arroja un chorro de agua con un sonido peculiar. Lo mismo ocurre con El guateque (The party) (1968) de Blake Edwards, que tiene lugar en una casa inteligente, automática, con sistema de audio, control de clima, control de la chimenea y el suelo móvil que es la cubierta de una piscina interior. La presencia de un actor de la India (Peter Sellers), invitado por error a la fiesta, al manipular los botones del cuadro de mandos acabará desencadenando un gran caos que ya empieza con la indómita cisterna de un váter, cuando tras mucho aguante y sufrimiento consigue llegar a él. ¿A quién no le ha ocurrido alguna vez?

Recientemente en la serie El hombre contra la abeja (2022), Trevor, un empleado no muy cualificado de una agencia, interpretado por Rowan Atkinson, se encarga del cuidado de una casa inteligente mientras sus cursis dueños se van de vacaciones. La casa es ultramoderna, de tecnología domótica, con un sistema muy avanzado. Trevor, no solo se pierde entre las muchas tareas e instrucciones para manejar el moderno mobiliario electrónico del hogar, sino que, además, cuando una abeja se cuela en la casa, se desquicia y acaba obsesionándose con ella. Si algo puede salir mal, saldrá mal, decía Murphy. Trevor sigue a rajatabla este principio. 

En todos estos casos, cuando un elemento externo, una persona que pertenece a otro mundo, se introduce en estos ámbitos tan sofisticados, pese a su buena voluntad e inocencia, el caos está garantizado y acaba todo patas arriba. Pese a la crítica a través del humor de esta nueva forma de vida y de su tecnología, no hay todavía una visión totalmente negativa del progreso. No faltan comedias como Smart House (1999) con final feliz, pese a las complicaciones que se generan entre hijo adolescente, padre viudo, y la programadora, al ir a vivir a una casa inteligente dirigida por una sirviente cyborg de nombre Pat, iniciales del sistema. La domótica también aparece en la serie de dibujos Los Simpson, en el episodio de noviembre de 2001 Casa De Chiflados. El conflicto familiar está servido: el sistema se enamora de Marge e intenta matar a Homer. 

Sin que apenas se note, el futurismo parece haber llegado ya. Smart House aprovecha para anticipar muchas innovaciones que va a desarrollar la domótica con posterioridad. Cobra una gran relevancia la conectividad, la aplicación del «Internet de las cosas» (IoT), la digitalización de ciertas tareas dentro de las casas inteligentes, así como la oferta de entretenimiento a la carta. Podía parecer ciencia ficción hace sólo unos años, pero la integración de la tecnología para controlar diversos aspectos de una casa es ya una realidad: electrodomésticos inteligentes, sensores y dispositivos de conectividad, repetidores Wi-Fi y puntos de acceso inalámbricos, que permiten la comunicación entre los distintos sistemas, la capacidad de los distintos componentes para comunicarse entre sí, la integración de los sistemas de domótica con algoritmos de aprendizaje automático e inteligencia artificial. Además, algunos sistemas domésticos inteligentes pueden personalizarse para satisfacer las necesidades específicas de cada persona y en el futuro podrán anticiparse a las necesidades de sus ocupantes. En suma, una creciente red de cables, sensores y dispositivos conectados. La domótica permitirá dar toda clase de órdenes a la sumisa y obediente Alexa.

Todas estas innovaciones han pasado ya a los filmes de terror cuando estos sistemas evolucionados manejan todos los datos y se hacen con el control total, como en las películas futuristas de robots y como en los recientes filmes de casas inteligentes Held (2020) y Margaux (2022). Ya el Hal de 2001, una Odisea espacial era una advertencia. Aunque la casa inteligente no es ya la gótica o fantástica casa del terror, mansión, castillo, ni el desván o sótano amenazador donde anidan monstruos o fantasmas, sí se trata un enorme cuerpo oculto, lleno de tripas, intestinos y órganos internos, un mundo de cables y vísceras técnicas conectadas a la nube y a las App. El amo de la casa que se creía dueño y señor de una servidumbre electrónica, pasa a someterse a un nuevo amo, un Dios que «lo ve todo, lo sabe todo, hasta los más ocultos pensamientos». Su ubicación acusmática aterroriza. Estos filmes parecen exagerados, pero transmiten cierta verosimilitud. ¿Serán anticipatorios de un futuro apocalíptico tras la transición digital?