Casas como espíritus desconchados

Crónica de los días que pasan

 

Al amanecer, las fachadas lucen la pátina de un tiempo ahogado entre mosaicos. Cada callejón alberga pisos sin futuro, abandonados al frío y al relente que se cuela por las estancias en las que alguien dejó una ventana entornada hace ya mucho tiempo. Son barcos enormes, fantasmales. Con la escotilla repleta de renglones vacíos.  

Hojas desprendidas de cercanos arbustos cubren el suelo entarimado que, hoy, es pasto de insectos, guarida de ratones grises con olor a regaliz negro. En las habitaciones vacías, algunos enseres pugnan por ser rescatados de este abandonado temblor mundano. Escaleras, azoteas, costumbre y desarraigo. Olor de hollines nuevos que vuela hacia las nubes desgarrando sus márgenes inmaculados. Perros vagabundos dormitando en los felpudos. Tu casa desalojada, como tu cuerpo yacente que se llevaron muy lejos para asegurarse de que fuiste real.

Aún te escucho gritar entre los cortinajes de lino viejo. Escondida y agazapada como una gata temblona en la oscuridad del nuevo mundo. Como una niña que descubre la calabaza iluminada por la hoguera artificial. Por la hoguera de las horas transcurridas que todo lo devoran. Rescato tu retrato de la pared rayada y verde; en él apareces joven y ríes con un temblor como de estrella de cine. Dubitativa y temerosa ante lo porvenir. Esperanzada ante un vacío de lápiz de labios rojo cereza. Ya has dejado de gritar tras las cortinas.

La ciudad, dormida y  solitaria, me recibe para olvidarse de que la casa continúa siendo  asidero y refugio para el perro que trasnocha en tu felpudo.

 


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