Arthur Cravan (1887-1918), un estratega del escándalo.
Me interesé por la figura de Arthur Cravan a partir de una película fascinante: Cravan vs. Cravan (Isaki Lacuesta, 2002). A caballo entre el documental y la película de ficción, Lacuesta lanzaba su anzuelo hacia un personaje fantasmal: el poeta y boxeador Arthur Cravan, anarquista, prófugo, artista de la performance en la segunda década del siglo XX, con amistades como Cendrars, Picabia, Duchamp, Breton o Delaunay. A partir de muy pocos elementos (fotografías familiares, el recuerdo de un anciano que le vio boxear, testimonios de historiadores del arte y poetas, recortes de periódico, afiches…) Isaki Lacuesta nos aproxima a la biografía de un tipo que se escurre entre las grietas de la leyenda. La película recorre el camino marcado por Welles en Fake o por Guerín en Tren de sombras: un falso documental, realizado esta vez por un cineasta de veintitrés años, con el apoyo de Joaquim Jordá y Paco Poch. En el film aparece la plaza de toros Monumental de Barcelona, donde Cravan peleó contra el campeón del mundo de los pesos pesados, el interior de la casa que habitó en el barrio de Gracia y los billares de la Rambla donde el poeta Enric Casasses se despacha con algunas anécdotas sobre el escritor. A Casasses le hubiera gustado ser Arthur Cravan, y a mí también. Una existencia, la suya, gamberra y dramática, con final inesperado.
Animado por la visión del film, consulté las limitadas fuentes que encontré sobre Cravan, que imaginé exiguas, pero que tuvieron más enjundia de la esperada. Para empezar, las dos páginas que le dedica André Breton en su Antología del humor negro[1], donde el poeta aparece caracterizado como precursor del dadaísmo; el catálogo de una exposición dedicada a Cravan en la Barcelona del 92, cuando la ciudad vibraba con la cultura alternativa[2] (en esa exposición se exhibieron obras de Eduardo Arroyo, Eugenia Balcells o Jordi Benito, en honor a Cravan); y, sobre todo, la biografía que le dedica la crítica de arte Maria LLuïsa Borràs[3], a partir de las más de mil quinientas cartas que la madre de Cravan escribiera durante décadas a su otro hijo, Otto Lloyd, el preferido.
Cravan nació en Lausana (Suiza) en 1887 como Fabian Avenarius Lloyd y fue sobrino político de Oscar Wilde, que se había casado con la hermana de su padre. Aprendió de su admirado tío los comportamientos extravagantes, la afición por la escritura y un amor por la libertad que jamás le abandonó. Le encantaba hacer siempre lo que le venía en gana y, en consecuencia, se enfrentó a la familia, a las instituciones y a cualquier convención social. Él mismo se rebautizó como Arthur Cravan, tomando el nombre de su poeta favorito, Arthur Rimbaud. Fue escritor, editor, poeta y boxeador, y con sus actitudes escandalosas, primero en París, luego en Barcelona, en Nueva York y Ciudad de México, animó los círculos vanguardistas de principios de siglo. Editó sus escritos en una revista que realizaba él mismo y que se llamó Maintenant. De dicha revista aparecieron cinco números. Él mismo la vendía en un carrito de fruta ¡a veinticinco céntimos el ejemplar! Se anticipó con sus desvergonzadas actuaciones a las performances que el dadaísmo pondría de moda en los años veinte, presentándose borracho a dar conferencias, desnudándose ante el público y esperando a que la policía lo arrestase. Le encantaba llamar la atención y lograr la desaprobación de sus congéneres, especialmente de los artistas, poetas y pintores de su época, a los que insultaba sin ambages. «Dentro de poco en la calle no veremos más que artistas y tendremos toda la dificultad del mundo para encontrar un hombre», escribió.
Mientras daba clases de boxeo para sobrevivir, escribía poemas, enamoraba mujeres y entrenaba sus músculos. ¿Quién fue realmente Arthur Cravan, además del hijo espiritual de Oscar Wilde? ¿Un vividor? ¿Un artista enloquecido? ¿Un refinado señorito? ¿Un bruto sin modales? En el segundo número de su revista Maintenant se describe así:
«Quisiera estar en Viena y en Calcuta,
Coger todos los trenes y todos los navíos,
Fornicar con todas las mujeres y jalar todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
Anciano, niño, estafador, golfo, ángel y juerguista;
millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo…
Cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial.
Fauna y flora:
¡Soy todas las cosas, todos los hombres, todos los animales!»[4]
Su paso por la vida fue la de un nómada delirante. Visitó infinidad de países, huyó de todos los ejércitos, se refugió en todo tipo de actividades transgresoras. Sacudió con los puños y las palabras a sus contemporáneos, especialmente a los pintores de vanguardia. «No temo tanto a la muerte como a la locura», confesó en una carta a Mina Loy, su último amor y la mujer con la que se casó en México en 1918.
Pero antes de conocer a Mina —también poetisa de vanguardia—, retó a pelear al campeón del mundo de los pesos pesados, Jack Johnson, por un botín de 50.000 francos. Nuestro personaje necesitaba dinero para huir a Norteamérica y evitar ser enrolado en el ejército inglés. Estamos en la Primera Guerra Mundial y Cravan siente horror por el campo de batalla, del que huye como prófugo de país en país, si es necesario, disfrazado de soldado.
Cravan, de veinticinco años y casi dos metros de altura, el rubio polemista al que no le asustaba nada (salvo el ejército y la guerra), se entrenaba y enseñaba boxeo en el Real Club Marítim de Barcelona, donde decía ser campeón de Francia de semipesados. Pretendía arrebatar a Johnson (un boxeador negro de cuarenta años, en franca decadencia) el título mundial de la categoría de los pesados. La pelea tuvo lugar en la plaza de toros Monumental de Barcelona en abril de 1916 y, ciertamente, estaba amañada, a pesar de lo cual Cravan aguantó hasta el sexto asalto, que era lo mínimo pactado. Subió al cuadrilátero temblando y sin expectativas. Quería aguantar lo que pudiera. En el sexto asalto, Johnson lo derribó, aunque pudo haberlo hecho antes. Los cinco mil espectadores que asistieron al evento fueron conscientes del tongo. Sin embargo, Cravan continuó boxeando en Barcelona… hasta que consiguió dinero suficiente para huir a Estados Unidos.
En el barco que lo llevó a América coincidió con otros prófugos, entre ellos el político y revolucionario ruso León Trotsky, que menciona a Cravan en su diario: «El trasatlántico Montserrat debía entregar su carga viva o muerta al cabo de 17 días en Nueva York… La población del navío era de composición varia y en conjunto poco atractiva. Había cantidad de desertores de diferentes países… Un boxeador, literato de ocasión, primo de Oscar Wilde (sic), confesaba francamente que prefería demolerles la mandíbula a los yanquis en un noble deporte, que dejarse romper la crisma por un alemán»[5].
Cravan profesaba que «todo gran artista ha de tener el sentido de la provocación» y, en consecuencia, ejerció siempre el cinismo y la injuria, aunque también guardaba tibiezas y cierto desamparo en el fondo de su corazón. Léanse, si no, las Cartas de amor a Mina Loy[6], la que fuera su última compañera. Desde Ciudad de México, separado temporalmente de Mina, a diez meses de su final, Cravan le escribe desesperado:
«Queridísima, preciosa mía: (…) Si me hubieras dicho una sola vez “te amo con amor verdadero”, habrías visto mis demostraciones de cariño. (…) Sé que tú eres un ángel. ¿No te lo dije acaso el primer día? Ven aquí. Haré lo que tú quieras. (…) Desde mi partida me he purificado terriblemente; y si puedo seguir viviendo, pienso en convertirme en santo. Pero no creo que pueda seguir viviendo. Si no recibes más cartas sabrás que he muerto o que me he vuelto loco. Si el consuelo no me viene de ti, voy a desaparecer del mundo sensible o, en todo caso, inteligente».
Mina Loy era inglesa, pintora y poetisa, ligada inicialmente al futurismo y, después al Dadá y al surrealismo. Cravan y Mina malviven en México durante una temporada. Cravan dando clases de boxeo y peleando sin éxito. A veces se exhiben actuando al aire libre para ganarse unos pesos. Mina está embarazada. En septiembre de 1918 deciden marcharse a Buenos Aires en compañía de otra pareja y establecerse allí. Mina se adelanta con su amiga, viajando en una embarcación sanitaria de bandera japonesa. Arthur Cravan y su amigo viajarán después en el medio de transporte que consigan.
Como en las historias legendarias, existen diversas versiones sobre el final de Cravan. Su amigo Blaise Cendrars sugiere que fue asesinado en un dancing mexicano de una puñalada en el corazón. André Salmon pretende que Cravan, que formaba parte de un grupo de bandidos, huyendo de la policía, se lanzó a un río y se ahogó. La versión más extendida afirma que fletó un frágil barco en Salina Cruz, donde las corrientes del Pacífico son muy peligrosas, y que, en su intento por alcanzar las costas de Sudamérica, se perdió en el mar. Artuhr Cravan tenía treinta y un años.
[1] André Breton: Antología del humor negro. Barcelona: Anagrama, 1991 (original de 1939).
[2] Arthur Cravan: Poeta i boxador. Ajuntament de Barcelona, 1992.
[3] Maria Lluïsa Borràs: Arthur Cravan. Barcelona: Quaderns Crema, 1993.
[4] Arthur Cravan: Maintenant. Córdoba: El Olivo Azul, 2009. (La traducción es de Elena Fons).
[5] Maria Lluïsa Borrás: Ciertas precisiones sobre Arthur Cravan, boxeador y poeta. París, 1977.
[6] Arthur Cravan: Cartas de amor a Mina Loy. Cáceres: Editorial Periférica, 2012.