Andén vacío

Por la orilla


En el andén vacío había un diputado, un ministro, una vicepresidenta, muy sonriente, cuatro o cinco periodistas, nunca sé muy bien el número, confuso, borroso, indefinido, y dos ciudadanos de a pie. De pie, en el andén. Lo interesante eran los ciudadanos. Miraban, y escuchaban, con claro gesto de asombro, a los otros, cuando aparecieron dos policías: «¡Disuélvanse!». «¡¿…?!», respondieron. «¡No pueden estar aquí, en el andén vacío!». Ante tal epifanía, no pudieron objetar nada. Obedecieron. Se disolvieron, entre el gentío. Ahora uno es director general de vaciado y responde vacuidades a los periodistas. El otro ha desaparecido, entre pies, cuerpos, micrófonos y cámaras. Las malas lenguas aseguran que vive en el limbo de los desempleados, no parados, esos que aúpan la EPA y corrigen los índices, para que la bolsa y la vida continúen con sus quehaceres cotidianos.

Sólo soy un anuncio parabólico, convexo, curvado sobre las vías y el andén, vacío. Pero siento el aliento a grasa que emana desde la guarida del metro de medir horas punta. Reloj erizo. Y me admiro,  ¡…!, sí.

En el andén vacío había una papelera, un banco, una colilla, aún humeante, cuatro o cinco hojas de periódico, restos de otra época, confusa, borrosa, indefinida, y dos cucarachas…

La máquina autónoma, automática, auto sacramental, limpiadora, trabajaba sin cesar. Envuelta en su runrún de motores eléctricos y bombas neumáticas, recogía polvo y basura, al tiempo que abrillantaba y desinfectaba el solado. Disolvió a las cucarachas en un sordo estruendo susurrante de patas y antenas quebradas. Sus cuerpos aplastados dieron vida a un bosque de hongos, ecosistema de bacterias necrófagas, viajeras, a caballo de las esporas, a través del aire pesado que circulaba, con una puntualidad insultante, entre las dos bocas negras que hacían de portales, en el espacio y el tiempo, hacia el sombrío infierno, la una, y el oscuro cielo, la otra.

Sólo soy un anuncio parabólico, convexo, curvado por las fuerzas publicitarias y las leyes del mercado, sobre las vías infinitas y el andén vacío. Pero siento, veo, oigo. Huelo, y a veces toco, a las almas engañadas, pobladoras ignorantes de este purgatorio. Solitario y eterno. Atrapado. Hipnotizado, tictac, por la muda sucesión de instantes, proyección cinematográfica de una realidad ficticia.

En el andén vacío, tres políticos, cuatro o cinco trozos de periódico, seis personajes anónimos, incluidos dos policías, de pie, sobre los restos derramados desde una papelera rota, miran con admiración, ¡…!, cómo el banco da órdenes al robot autónomo, para que limpie, fije y dé esplendor, a los dos metros cuadrados, valiosísimos, que le rodean…

La brasa de la colilla, de un rojo intenso, se apagó hace ya tiempo… no lo recuerdo, ni me di cuenta… en el andén vacío, erizo, cucarachas y limbo estadístico, D.E.P.



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