Andanzas del patriarca Abraham, capítulo III

Lengua de lagartija

 

Dada su manía de rebautizar al personal, el Patrón, después de renombrar a Abram poniéndole Abraham, dijo que también cambiaría el nombre de la esposa de este. Poca cosa, apenas una letra, pero el caso es que Sarai pasaría a llamarse Sara. Y todo porque el Patrón había decidido bendecirla dándole un hijo, por lo cual la buena de Sara sería madre de naciones. Si nos preguntáis qué relación existe entre esta promesa y el cambio de nombre solo podemos deciros que no tenemos ni pajolera idea. Continuemos:

Al oír tal augurio Abraham, según la Torá, se postró sobre su rostro (y tampoco entendemos qué significa dicha expresión) y se largó a reír a carcajadas.

—¿A hombre de cien años ha de nacerle hijo? ¿Y Sara, ya de noventa, ha de concebir?  —Sin embargo, acordemos que no es de recibo reírse en la cara del Jefe.

Al acabar este diálogo Abraham tomó a su hijo Ismael y lo circuncidó (sin anestesia y sin nada), lo mismo hizo con todos los siervos de su casa, a todos los que había comprado con su dinero, pero el último de ellos le dio no poco trabajo: el caso es que este hombre se había excitado por culpa de una esclava de muy buen aspecto y, en consecuencia, tenía el pene duro y erguido; sabido es que en tal condición es imposible circuncidar, y si no lo creen que salga alguno y lo pruebe, pero Abraham esperó a que se le pasara la calentura y seguidamente procedió a cumplir con la Sagrada orden del Patrón. Esto último no consta en la Torá, pero nosotros lo sabemos de muy buena fuente.

Un tiempo más tarde aparecieron tres varones ante la tienda de Abraham y el Patriarca los recibió de maravillas. Les dio de comer en abundancia y bien y los agasajó de todas las maneras posibles.

Entonces, uno de estos varones, dirigiéndose a Sara, le anunció que en un tiempito más pariría un retoño. Sara, que era de natural descreída y un tanto impertinente, también rompió a reír como una loca, porque según el Génesis ella estaba en la edad en que “había perdido la costumbre de las mujeres” (¿alguien sabe qué diantres quiere decir esto?). A la sazón el Patrón preguntó:

—¿Por qué se ha reído Sara, acaso hay para el Patrón alguna cosa imposible?

Por ello, muy enfadado, el Patrón decretó que el futuro vástago se llamaría Isaac, que viene a ser «la risa».

Después de este intercambio de palabras empezaron a andar todos juntos hacia Sodoma, que como se sabe era una ciudad un tanto degeneradilla. Entonces el Patrón anunció que se disponía a machacar dicha urbe y de paso también Gomorra, que era igual de cochina.Y el Patrón dio comienzo a la enumeración de los cargos: incesto; bestialismo; homosexualidad; lesbianismo; cuni lingüis; felatio, coito anal; masturbación; pedofilia; exhibicionismo; coprofagia; sadomasoquismo; parafilias varias; gula desmedida; trasnochadorismo; ebriedad, etcétera. Algunos de los que integraban la caravana, al escuchar el listado se les fue haciendo agua la boca.

Pero Abraham, que fue el predecesor del buenismo, le dijo al Patrón: ¿destruirás también a los buenos? Y ahí empezó el regateo por la vida de sodomitas y gomorrenses: primero que si había cincuenta justos que se perdonara a las ciudades. No los había. Después si al menos hubiera cuarenta y cinco. Tampoco los había. Bueno, al menos cuarenta: nada de nada. ¿Y treinta?, tampoco. Ni veinte, ni diez, ni cinco, ni uno. Por aquellos parajes eran todos de la peor relea. Así que el Patrón decidió pasar a todo dios por la sartén.

La tarde siguiente llegaron a Sodoma dos ángeles. La verdad es que eran ángeles preciosos, tanto o más guapos que los ángeles de Victoria’s Secret, lo cual explica que los varones de Sodoma y Gomorra quisieran pasárselos por la piedra. Al ver a tales ricuras, Lot los invitó a su casa para que se lavaran los pies roñosos del camino y con olor a camembert, también los invitó a comer un cabrito recién asado. Cuando estos chicos se disponían a irse a la cama se oyeron golpes en la puerta y resultó que había una multitud de sodomitas. Toda la ciudad estaba allí, desde hombres maduros y ancianos hasta bebés que apenas gateaban, y todos ellos pretendían conocer, en sentido bíblico, a los huéspedes de Lot. Esto es que querían beneficiárselos.

Salió entonces Lot a la puerta y rogó a la multitud de bujarrones que se abstuviera de llevar a cabo semejante cochinada. Para conformarlos le ofreció a cambio a sus dos hijas vírgenes, para que las conocieran a gusto. Así está escrito en la Torá y así parece que tan buen padre era el tal Lot.

Extremadamente enfadados por el entremetimiento de Lot los soplanucas se le echaron encima y, al parecer, le dieron por atrás sin descanso ni piedad, al tiempo que decían: “Vino este extraño a habitar entre nosotros y ahora quiere erigirse en juez”, ya que por lo visto además de cochinos los sodomitas y gomorrenses eran xenófobos y un tanto fascistones.

Entonces los ángeles metieron a Lot en casa y cerraron la puerta. Seguidamente cegaron a los que estaban en el umbral, desde los más viejos hasta los bebés que gateaban.

Al alba los ángeles le dijeron a Lot que se la pirara de aquel sitio, con su mujer y sus hijas, no fuera cosa que terminaran hechos papilla como el resto de los habitantes. Que se fueran al monte y no se les ocurriera mirar para atrás.

Y cuando todos ellos ya estaban bastante lejos el Patrón arrojó sendas bombas nucleares sobre Gomorra y Sodoma. En fin, son cosas que pasan casi cada día.

Y aconteció que la mujer de Lot, que había resultado más curiosa que la célebre Pandora, miró hacia atrás quedando extasiada ante los dos imponentes hongos atómicos y de inmediato quedó convertida en una estatua de sal.

Después de esto Lot y sus hijas fueron a habitar a una cueva. Y fue esa la ocasión en la que las hijas decidieron emborrachar al papi para que se durmiera y entonces, según la Torá, ambas entraron en él, que en buen romance se entiende como que se lo follaron dormido; todo para quedar preñadas. Tiempo después la mayor concibió un hijo al que llamó Moab, y la menor concibió otro al que llamó Ben-ami. De modo que ambas concibieron de su padre, aunque tal cosa parezca inconcebible. De tal modo, Moab y Ben-ami resultaron ser primos y también hermanos. No primos hermanos: primos y hermanos, en tanto que Lot fue padre y abuelo de ambos. ¡Menuda familia!

(Continuará)