Andanzas del patriarca Abraham, capítulo II

Lengua de lagartija

 

Pues sí, como decíamos en la sección anterior, Abram no cesó de cometer gamberradas. Veamos: el Génesis nos refiere que, una vez arribados a Canaán, Abram, su mujer, su sobrino Lot, la mujer de su sobrino, las cabras, los esclavos y algún que otro perro sarnoso, sintieron que les empezaban a sonar las tripas por causa del hambre, ya que en ese territorio a la sazón había una sequía de campeonato. Ante tan nefasta situación Abram dijo a su pandilla: “Ea, vámonos para Egipto, que en ese país, me dijeron, hay tenedor libre”.

Así que emprendieron viaje y caminaron cansinamente entre las dunas del desierto conformando una larga caravana sufriente hasta llegar a la frontera del país del Nilo. Antes de ingresar en ese territorio Abram le advirtió a su mujer:

—Nena, no vayas a decir que soy tu marido, di mejor que eres mi hermana, mira que tú estás muy buena y, en consecuencia, los egipcios podrían querer cortarme el gañote.

—Pero, cariño —respondió Sarai— si creen que estoy soltera el faraón querrá metérmela doblada.

A lo que respondió Abram:

—Sí, chica, pero si se enteran que eres mi esposa será a mí al que se la meterán doblada.

De modo que, al mostrarse ante los súbditos, Sarai fue presentada como hermana de Abram. Inmediatamente los eunucos de la corte, todos ellos cotillas y lameculos, fueron al faraón para anunciarle que había llegado al reino una mujer portadora de un extraordinario palmito y tal vez a su majestad le gustaría conocerla (en sentido bíblico, claro).

Y fue entonces que la dulce Sarai fue llevada ante el faraón, quien al verla comentó con profundo sentimiento:

—¡Uau!

Seguidamente le dijo al bueno de Abram:

—Esta joya me la quedo para mi colección, gracias por traérmela, como recompensa te daré un montón de vacas, ovejas, camellos, asnos, siervos, criadas de buen ver, un plato de falafel con pan de pita y una tarta rellena con dulce de dátiles y albaricoques.

Al oír estas palabras Abram se frotó las manos, pero a su oído izquierdo llegó el susurro de Sarai: “Mira que eres macarra, marido mío”. Y sucedió entonces que esa misma noche, estando Sarai en el lecho del faraón y el faraón con su lanza de placer erizada y dispuesta a entrar en el húmedo paraíso de la mujer, apareció de pronto el Patrón e hizo resonar relámpagos y soltó rayos radioactivos que fueron a dar en la lanza del monarca dejándola mustia y achicharrada como un trozo de pan atascado en la tostadora.

Entonces el faraón llamó a Abram para recriminarle:

—¿Por qué me has hecho esto, cabrón? ¿Por qué no me has dicho que era tu parienta? Mira el estropicio que ha hecho tu Patrón con mi pobre amiguito de toda la vida. Tú me habías contado que era tu hermana y resultó que había sido tu esposa. Iros los dos de aquí antes de que me arrepienta y os haga empalar en la punta de una pirámide.

Regresó entonces Abram por donde había venido, empero lo hizo llevando consigo las vacas, las ovejas, los camellos, los asnos, los siervos y las criadas de buen ver, pero no así el falafel, el pan de pita y la tarta rellena de dátiles y albaricoques, puesto que ya se los había manducado diciéndose: “Comamos ahora pues no se sabe qué nos depara el día de mañana”.

Con Abram y Sarai iban Lot, la mujer de Lot y la prole del matrimonio. A la sazón, dice la Torá, Abram se había hecho rico en ganado, plata y oro, de lo cual se extrae la moraleja de que si las circunstancias lo justifican vale la pena prestarle al faraón o a quien sea la señora de uno.

A todo esto Abram y Lot tomaron diferentes direcciones, y cuando Abram acampó se allegó a él el Patrón diciéndole:

—Toda esta tierra que ves es para ti y tu descendencia, muchacho. Y haré a tu descendencia como el polvo de la tierra, que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada —Entonces Abram se convirtió en terrateniente y de pura alegría se puso a bailar el Rock del Levante.

Y aconteció que al estar Lot residiendo en Sodoma dicha ciudad fue atacada por unos forajidos bíblicos y entre otros bienes que se llevaron como botín de guerra estaban los de este sobrino de Abram, y a él también se lo llevaron prisionero, y a su parienta, sus hijas, esclavas, esclavos, alhajas de oro, la bolsa de agua caliente para reconfortar los pies en las noches de invierno, y demás riquezas.

El siguiente día llegaron a Abram unos chivatos para hacerle conocedor del estropicio. Abram, como buen tío que era, acudió al rescate de su sobrino secundado por sus servidores, unos trescientos dieciocho, informa la Torá. Todos ellos cayeron en plena noche sobre los bandidos y al parecer no dejaron facineroso con cabeza. Acto seguido liberaron a Lot, a su señora y sus hijas, liberaron (es un decir) a los esclavos y recuperaron los bienes del pobre hombre, que no ganaba para sustos. Así pues, Lot regresó a Sodoma… es que hay gente que no escarmienta.

Estando Abram de regreso en su campamento volvió a presentársele el Patrón para anunciarle que en breve tendría un retoño. Y le hizo alzar la cabeza, pese a que el desdichado patriarca esos días tenía tortícolis, y a continuación le dijo:

—Mira las estrellas del cielo y dime si puedes contarlas, ¿verdad que te es imposible?, pues bien, así de abundante será tu descendencia, de modo que no te preocupes por tu futura prole.

Pero Sarai continuaba estéril, así que le dijo al marido que se agenciara a Agar, su esclava, para dejarla preñada. Ni corto ni perezoso, Abram accedió al pedido de su mujer, de modo que tomó a Agar del brazo y le dijo:

—Ven conmigo, nena, que voy a poner mi pan en tu hornacina y te haré un bombo redondito redondito.

Y es que por aquellos días los patriarcas eran en extremo machistas; de ahí viene el vocablo “heteropatriarcado”, tan en boga en días de hoy.

Obedientemente, Agar fue con su amo a otra tienda, y los gemidos que ambos soltaron aquella noche rivalizaban con los aullidos de los chacales del desierto.

Nueve meses más tarde Ismael, hijo de Abram y Agar, salió al mundo, y en lugar de ponerse a llorar como cualquier bebe dijo estas palabras: “Salam aleikum”, de lo cual se deduce que el chavalito bien sabía que iba a ser el iniciador del pueblo árabe. Salam aleikum.

Pero Agar tenía un entripado con su ama, de modo que para desquitarse empezó a burlarse de ella cantándole: “Yo he tenido un crío y tú no tienes nada, elis, elis”.

Y era Abram de 99 años cuando se le volvió a aparecer el Patrón y le repitió que sería el padre de un montón de vástagos, por lo cual dejaría de llamarse Abram para ser Abraham, esto es progenitor del pueblo.

—Y como esto es un pacto, te cortas ahora mismo el prepucio en señal de obediencia, y también tus hijos harán otro tanto, e irán todos circuncidados por la tierra, y no se hable más.

Y obedeció Abraham el mandato de su Patrón y esa noche y la siguiente las pasó canutas por causa de la circuncisión.

En el próximo capítulo veremos cómo sigue la historia.

(Continuará)