Se balancea sobre sus pies como un tenista antes de un saque en una final. La mirada perdida en la fila de botellas del fondo y hablando a María Chen con una voz monótona y aguda. Bebe cerveza sin alcohol y no para de contar cosas modo random, como si cambiara el dial de una emisora de radio a otra sin parar. A veces se ríe y mueve las manos en el aire sin dejar el balanceo, un poco Chiquito de la Calzada, pero de película de miedo. Pienso que es un alcohólico esquizofrénico controlado con Antabús, Trevicta y un hipnótico para dormir. Chen pasa de él y pone música china en su móvil que suena a Mecano, igual de simple y cursi. Pilar, una mujer mayor, parroquiana de tardes, morros hinchados rojo carmín y peluca rubia con flequillo sobre un rostro de ochenta años (E.T. en la escena del armario), me cuenta que es un asesino y ha pasado años en la cárcel. Que mató a su jefe a puñaladas y también hirió a su hermana. Que cuando le preguntó la policía solo dijo que su jefe le caía mal. Y que su hermana lo sigue cuidando. La salud mental del barrio está muy deteriorada. Alfredo, que así se llama el tenista balanceante, me mira y con su voz medicada me dice algo. Me siento a su lado en la barra y me dice: «Yo ya estoy curado, mi hermana es la que necesita tratamiento, hoy ha hecho lentejas sin chorizo. Y mi cuñado sin decir nada. Igual me busco un piso porque no quiero líos». Le digo que soy psiquiatra y que lo veo muy bien. Alfredo me mira con ojos de besugo desenfocados y se asusta y baja la cabeza y solo repite «No me lleve a aislamiento, ya estoy bien». Pido otra cero-cero y le digo: «Tranquilo. Te llevo a casa. Ya estoy tratando a tu hermana». Y le lloran los ojos cuando dice en voz baja «Mi jefe era un cabrón. Poco le hice. Me caía mal».
Fotografía de David Nebreda