El bisabuelo Eulalio se olisqueaba algo.
Cuando vio el vehículo del servicio funerario aparcado frente a su casa pensó que su bisnieta había sido demasiado impetuosa, aunque fuera una reacción comprensible, dado su frágil estado de nervios. Tras el adulterio de su marido Aurelio y el desahucio tan peliagudo que habían sufrido, su cabeza había pasado de la euforia de la recién casada a un pandemónium de sensaciones que le habían nublado la razón.
Con una concienzuda voluntad impropia de su avanzada edad, el escuálido anciano reaccionó al suceso con un regalo para tratar de relajar el resucitado espíritu de su única heredera.
Compró una orquídea, la ató a un palitroque para que no se quebrara el tallo y, tras rociarla de agua con un pulverizador, se la entregó a la joven con poco disimulado entusiasmo y con ánimo claramente salutífero.
Mientras la resolutiva muchacha olisqueaba la flor de pétalos rojiazules y el abuelito trataba de consolarla, la noche caía y un murciélago buscaba insectos en aquella tranquila noche madrileña de la calle del Humilladero.
(Historieta escrita utilizando algunas palabras que contienen las cinco vocales).