Ajedrez

Por la orilla


Las casillas del ajedrez son un poco más grandes que las bases de las fichas. Les dejan un poco de aire. Holgura. En su ámbito privado los personajes pueden colocarse con cierto desorden.

Hacer esto produce desconcierto en el adversario. Provoca una traslocación de posiciones, de patrones, en el pensamiento modulado por las reglas y bloqueado por las castas. La aleatoriedad produce desasosiego al Homo sapiens. Por eso lo hago.

Seguramente caeré en alguna rutina, crearé un esquema. Y los intelectos superiores de mis rivales serán capaces de apreciarlo. Ahí los tengo entretenidos.

El ajedrez consiste en una escalada de geometrías. Es casi un arte. Pero tiene un lado oscuro. Dañino para la mente: la guerra. Dirás que siempre será menos sangriento sacrificar torres y alfiles en un tablero, que peones y caballos en el mundo real. Y seguramente tendrás razón. Hay quien dice «comer». Bueno, y otras cosas. Hay de todo. Por ejemplo, Lin-Chu, un amigo. Cuando lo conocí me vi a mí mismo reflejado en su gesto. En sus ojos rasgados. En su respiración estudiada. «Este sabe kung-fu», pensé. Y acerté. Dio un salto y varios giros en el aire, como una bailarina. De una patada tiró todos los reyes. Sin mover ninguna otra ficha. «Hostia tú, ¿cómo se llama esa técnica?», pregunté. Me miró y respondió: «Jaque mate».



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