Conozco al ratoncito Pérez. Es mentira cochina que sea un avaro coleccionista de dientes. Tampoco es cierto ese cuento que cuenta barbaridades sobre no sé qué oscuros intereses económicos. Para nada.
Es altruista. Filántropo. Los dientes son una disculpa. Su afán es repartir propinas. Un gran tipo. Lo que no impide que utilice todo ese material con fines científicos. Tiene millones de piezas dentales. Es una barbaridad. Clasificadas y etiquetadas. Estudia estadísticas evolutivas. Evalúa sucesos aleatorios. La naturaleza misma de la suerte.
«Frecuencias y composiciones. Suposiciones. Son los ladrillos de las cosas. De todas las cosas. Y casos. Cosen la realidad con las ideas. Y eso es el mundo». Cito aquí sus palabras para que comprendas que su labor académica es incluso superior a la mitológica.
Una vez le pregunté por qué los dientes. «Por lógica», me respondió. «Los dientes de leche están libres de influencias epigenéticas y muy poco expuestos a las ambientales. Es más fácil así descubrir el verdadero significado de la vida. Y los cambios en las costumbres alimenticias y su peso en la proliferación de las enfermedades psicotrópicas. No me mires así, a veces pasa». Me convenció.
Su vida privada es sencilla. Hasta donde yo sé. De creencias tradicionales. Vive con la ratoncita Pérez. Ya eran novios en el instituto. Son felices. Es extraordinario.
Tuvieron hijos e hijas. Muchos. Son ratones. Ya vuelan solos. Vuelven por Navidad. Naturalmente.
La mayor es Cabeza de Ratón. Un mito. Sí, de la Revolución. Están Pixie y Dixie; Speedy González; Ratón de Biblioteca, un sabio; Jerry; Mickey, Minnie, tan monos; el Ratón Debajounbotón, ermitaño de su oficio, … A mí me encanta la Ratita Presumida. Es la monda. Me hace reír con ganas. Es inteligentísima. Que no te engañe. Un día me dijo:
«Escúchate cuando hablas
ríete de tus palabras
explícate con la mirada
siéntete como sentada».
Efectivamente, es un criptograma. Para que veas lo que te decía.
A Pérez, sus vástagos lo llenan de orgullo y satisfacción. Frente a los que practican la intolerancia, que también los hay, regaña con sabiduría y enseñanzas. «A mí me parece bien, ahora que cada uno piense lo que le dé la gana», solía decir.
«El truco está en el tiempo. Es un fenómeno psicológico. Por eso es manipulable. E implacable. Y es mentira. Es como una creencia. Una fe. Un dios. Cosas inexistentes en el mundo exterior a la mente. Ilusiones. Si eres hábil, puedes desmentir verdades». Es una pasada, pienso.
«Se dibujan fechas y plazos con una flexibilidad relativista. Horarios. Husos, sí, con hache, y costumbres. Es como un tejido. Y ya de ahí se cuelga lo que se quiera. Y se deja que se deslice entre las ondas. Las fijas, estacionarias, y las moduladas. Diriges, dónde quieras, las miradas».
Me dijo, el otro día, que estaba pensando en jubilarse. Sabe que estoy al tanto de la legislación, y quería comprobar si le daría para una pensión digna, teniendo en cuenta sus bajas cotizaciones. «Es un mal muy extendido», le contesté. «Uno pide para uno lo que uno no quiso dar cuando podía».
«¿Es una adivinanza?», respondió preguntando el muy jodido.