¡Mira que me lo ponéis difícil! Esta vez se lo merecía, sin ningún género de dudas. Había creado un personaje abyecto, un psicópata, un criminal… Nadie iba a mostrar simpatía ni compasión por un tipo así, capaz de asesinar y descuartizar a dos ancianitas tan solo por tener la tele alta todas las noches mientras veían programas basura. Reconozco que lo del televisor a toda pastilla era de un mal gusto evidente. Y que la sordera de ambas provocaba además un grave problema de convivencia vecinal. ¡Pero no justificaba en ningún caso la doble atrocidad cometida por mi personaje!
Estaba claro que el asesino se merecía el peor de los castigos, la pena máxima. No habría compasión para él. Así que decidí cargármelo y santas pascuas. El problema venía del modus operandi o, mejor dicho, del modo «ejecutandi».
Pensé en el saco lleno de bichos y piedras que los antiguos romanos reservaban a los parricidas para ahogarlos en el río. Pero eso me traería sin duda problemas con los animalistas. La policía local podría además multarme por tirar la basura orgánica fuera de su contenedor y por contaminar las aguas.
Ahorcarlo de un árbol me llevaba irremediablemente a enfrentarme con los ecologistas.
El hacha del verdugo sobre tajo de madera era un método infalible, pero habría conflicto asegurado con el gremio de los carniceros por intrusismo profesional.
Colgarlo de una farola: problemas con el ayuntamiento por uso indebido del mobiliario urbano.
Me acusarían de despilfarro energético si elegía usar la silla eléctrica.
La hoguera la descartaba de plano por sus connotaciones de fanatismo religioso. Además, había riesgo de provocar un incendio.
Tirarle un piano en la cocorota desde el sexto piso supondría la condena de las asociaciones musicales. Y de los barrenderos.
Atiborrarle de psicofármacos o sobredosis de Frenadol: colegio de farmacéuticos poniendo el grito en el cielo por el uso indebido de medicamentos.
Atropellado por un camión… No quiero ni pensar en las protestas del sindicato de transportistas.
Untarle de miel y echarlo a los osos… Tenía mis dudas por ser un método demasiado dulce, además de caro.
Usar gas letal, como aquel fatídico zyclón b… Me tacharían de nazi.
Pensé en el estanque de pirañas y en la multa que me iba a caer por alimentación indebida de animalitos, dado el exceso de conservantes y el alcohol en sangre que acumulaba mi personaje al gustarle demasiado el morapio.
Los psiquiatras y psicólogos que lo atendieron intentaron, si no justificar, sí explicar los fundamentos de su abominable y doble crimen: problemas en la infancia, maltratos de un padre alcohólico, frustración profesional… Como Hitler más o menos.
Al final opté por dejarle con sus remordimientos y que el sentimiento de culpa le devorara lentamente las entrañas mientras cumplía condena encerrado en su celda, dando paseos por el patio y colaborando en la lavandería o en labores de cocina en el penal, además de asistir a clase para la obtención del título de Graduado en Educación Secundaria.